EDICIÓN JULIO 2023

 


*Dibujo de Erika Kuhn.

https://obraerikakuhn.blogspot.com

 

 

 

 


 

 

*

  

¿Por qué no dejás todo

y escribís

sobre un papel en blanco

las deudas de tu vida?

A quien te faltó amar,

a quien fallaste,

que amigo dejaste en la estacada,

que quisiste tener

y no pudiste.

Puede ser una lista prodigiosa:

hojas y hojas de reclamos y tachones.

Podés llorar sobre la tinta derramada,

o reírte de vos

por ser ingrato.

Después, con precisión de entomológo

fijala

a la pared.

Pasá una vez, dos veces,

cien veces por enfrente,

cansate de ver las fallas de tu vida,

aburrite

de leer tan poca cosa

una vez y otra vez.

Cuando te hartes lo suficiente

hacé un bollito

y tirá a la basura el error,

la cobardía,

el barco que no llegó,

esa promesa

que no cumpliste,

los despojos de ese alguien

que quiso ser mejor

que vos

y ya no existe.

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.

-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016).

Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).

El orden del agua, (GPU Ediciones 2019).

 

MADURA, (Editorial Sudestada 2021)

-Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche.

Halley ediciones (2022)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Alas de abeja en el invierno*

 

Estaba en una ciudad escandinava, esas ciudades nórdicas frías, limpias y coloridas, quizás para contrarrestar el cielo siempre gris, la vi, después la perdí por un instante, entonces pensé que sólo había creído verla, era un lugar impensado para encontrarla después de veinte años. Impensado por igual para ella y para mí. Sudamericanos. Dudé, era lógico dudar, cuántas veces nos parece ver alguien del pasado y no es más que un parecido casual. La reencontré y la seguí a la distancia. Tenía su mismo corte de pelo a la altura del cuello vuelto hacía adentro, y su misma altura y su mismo andar vista de espaldas.

           Era ella. Dudé de mí, dudé de mi visión, dudé de estar despierto, dudé de muchas cosas, de lo que no dudé nunca es que era ella. Su mismo abrigo, ese abrigo que yo conocía de memoria, su misma pollera escocesa tableada, quizás no era la misma pollera, pero el abrigo sí era el mismo, y sus mismas botas, tal vez no eran las mismas botas, mirándolas bien, con seguridad, no lo eran ni podían serlo, no hay botas ni polleras que duren veinte años; pero el abrigo sí que era el mismo.

           En un semáforo, respetando el semáforo, en Finlandia no se juega con el orden civil, sea cual sea el estado de conmoción que uno lleva, y ellos suelen andar con un grado bastante unánime de conmoción etílica, sobre todo en invierno, crucé a la vereda de enfrente y apuré el paso para recuperar la distancia y estar atento a algún giro de su cara para ver bien su perfil, y era ella. Era. Ella.

          Ocurrió algo curioso. Ella empezó a sacar cosas pequeñas y blancas del bolsillo derecho del abrigo, y las dejó caer al piso con toda la intención, pero al descuido, a esa distancia no pude precisar bien qué era lo que caía. Parecían pétalos de margaritas o sámaras de arce o no, más bien alas de abeja, eran cositas pequeñas y leves que sobrevolaban en su caída, después hizo lo mismo con la mano del lado izquierdo y dejó caer más de lo mismo, como si estuviera vaciando los bolsillos.

          Di en pensar que rescató el abrigo abandonado y se encontró con esa molestia o sólo quise creer eso, porque eso, justo eso, me confirmaba que era el mismo abrigo, y el abrigo que, ella, era la misma. Me detuve y la dejé alejarse, volví a cruzar de vereda en un semáforo, respetando el semáforo, seguro de estar dónde estaba yo y estaba ella, después caminé hacía atrás hasta el lugar dónde dejó caer las alas de abeja de su bolsillo, hasta que las encontré y la fui juntado todas, meticulosamente, revisé, una y otra vez, para no olvidarme ninguna, primero en el lugar del bolsillo izquierdo y más atrás, en el lugar del que dejó caer las del derecho.

           La gente me miraba con disgusto y extrañeza, como si yo hubiera sido el culpable de todo ese desorden y no les alcanzara con verme solucionarlo de forma tan poco elegante y casi ridícula. No eran alas de abeja, eran papelitos pequeños, gastados, ajados, casi trapitos, como si el abrigo hubiera sido lavado con ellos adentro de los bolsillos. Estaban escritos, una sola palabra por papel, con su letra pequeña y despareja, casi ilegible, pero era su letra. Llegué a mi habitación y los volqué encima de la cama cuidando de no perder ninguno, después me tomé el trabajo de ponerlos con la parte escrita hacia arriba, con algunos tuve suerte, estaban plegados y adheridos, recordé su antigua porfía de lograr vencer los siete pliegues de un papel, y pude deducir que formaban parte de un escrito. Tenían una correlatividad. Sólo había que tener paciencia para unirlos en el orden correcto.

          Soy obsesivo, me llevó mucho tiempo, todo el resto de ese día, la noche entera, y medio día del siguiente, pero conseguí reconstruirlo, algunas palabras estaban ilegibles, otras eran sólo restos de letras, o posibles letras de posibles palabras hechas papilla por el tiempo. Eran de ella. Eran las palabras que esperó escuchar de mí en algún momento. Las palabras que yo pensé en decir en aquel mismo momento y nunca dije. Las palabras que ya no le interesaba escuchar y ella dejó caer en el instante y lugar exactos, acaso sin saberlo.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 

 




 

 

 

 

COMO EN UNA TRAGEDIA SHAKESPERIANA*

 

 

Siempre he amado a hombres de corazón débil,

amé a esa clase de hombres

incapaces de hacer sombra cuando caminan

hombres ciegos

ante una despampanante realidad que nubla los ojos

hombres que no usan sombrero

ni reconocen el valor de las palabras

hombres que van por la vida como en una caminata lunar

hombres nacidos fuera del flujo de la Historia 

hombres con memorias antiguas que amamantan su furia

hombres que únicamente pueden ser encontrados en el Triángulo de las Bermudas

hombres con egos que se mecen en perfecto equilibrio

sobre la punta de un iceberg

hombres llenos de fantasmas como en una tragedia shakesperiana.

La fatalidad cruzó el destino de estos hombres con el mío

forjando una espléndida flor moribunda

una flor japonesa que se convierte en pájaro.

Anochezco en el recuerdo de esta multitud de hombres

y mi memoria atareada descansa

dejándolos de nombrar por un instante

que no cabe en la palma de mi mano

ese instante más instantáneo de todos los instantes: el de morir de amor.

Todavía me veo

escondida en la foresta de mi propia confusión

espiándolos a la espera de una señal

de un mínimo gesto de ternura,

soy como esos perritos asustados

que añoran una palmada

o una distraída caricia en el lomo.

Carezco del conocimiento del lenguaje elemental

 se me escapa la más básica comprensión de los hechos

mi cuerpo es invisible, 

sólo aprendí a correr o a ocultarme

y los hombres lo huelen como animalitos que son, igual que yo.

 

*De Irma Verolín. irmaverolin@hotmail.com

 

 

 

 

 

 



 

 

 

 

La religión de Javier*

 

 

Que sea tan educado no es fruto de la casualidad.  Su humilde madre se esmeró en darle la mejor educación posible y lo envió, con gran esfuerzo, a un colegio católico.  Fue obediente al mandato religioso hasta que un aciago día Javier descubrió, por un hecho fortuito, que su amado dios no era todopoderoso como él deseaba. Que pese a su poder tenía temor a los hombres. Temor a su propia creación. A aquellos que moldeó a su semejanza para poder verse reflejado. Javier dice que no lo pudo soportar y a partir de ese momento dejó de estar sano.

A un hombre piadoso, la desilusión de descubrir la vulnerabilidad del creador, a cambio le otorgo un valioso poder: el de soportar toda desgracia en soledad. Dejó de pedirle auxilio, de darle lastima, de suplicarle perdón.  Nunca dejó de sentir el misterio de su presencia, pero supo que no podía reclamarle más nada.

Esta certeza, que no siempre puede expresar con claridad, es su mayor secreto. Y el motivo principal por el cual rechaza a los predicadores. Pregonan sobre un dios que puede ayudarte a cambio de dádivas y rezos. Javier conoce la lógica binaria de la religión: que todo bien es una gracia divina y todo sufrimiento una prueba a superar. Ellos mienten sobre el pecado y sobre el paraíso. Él ya sabe que nuestro creador es tímido, esquivo y vulnerable. Por eso el mundo anda a los tumbos.  Quienes nos venden una idea de un dios controlador solo nos meten en problemas. Así piensa Javier de todos ellos, pero especialmente de los mormones. ¿porque justo los mormones y no otros? Porque su presencia se destaca de manera aún más llamativa que la de los evangelizadores criollos en este entorno.

Los que lo ven de lejos piensan que el señor de las bolsas está loco, así es como el vulgo lo juzga. El mismo alimenta esa idea con un discurso amable pero disperso. Con una voz tan tenue que parece estar dándole al oyente siempre la razón. Algunos sabemos que es el equilibrio que necesita para sobrevivir a la traición que sufrió de sus seres más amados. Su aparente locura es su bastón para mantenerse erguido. La garantía de sobrevivir al naufragio.

Si existiera el premio al "sintecho más educado" o al " sintecho que nunca pide dinero” Javier sería un firme candidato.

En el parque todos sabemos que no tiene vicios, no especula dando lastima para conseguir lo que necesita. Si por él fuera sería transparente para no manchar el parque con su imagen.

De lejos puede parecer que quienes participamos en la red que lo sostiene somos los que le damos vida. Lo cierto es que lo hacemos sin compartir entre nosotros más que una u otra mirada cómplice. 

No es que estemos organizados ni nos interese brindar ayuda a alguien necesitado. Ni siquiera sabemos cuántos somos. La verdad es que Javier nos pide a cada uno, por separado, tareas o bienes de bajo costo. Ni que demanden mucho esfuerzo ni demasiado dinero. No quiere molestar, todo sin apuro ni exigencia. Dispone de todo el tiempo del mundo para planificarlo. Tiene la paciencia y la sabiduría necesaria. No quiere que nos sintamos indispensables para su supervivencia. Javier es libre y serlo implica no estar atado a ningún ser humano.

Visto de este modo no es menos libre que los pájaros que se posan en su hombro para que los alimente por el pico. Ningún otro de quienes visitan el parque tiene ese privilegio. Van en su auxilio porque desean la cercanía de un hombre justo. En la antigua china, ser aceptado por los pájaros, era una prueba que debían pasar los elegidos. Para Javier es su familia alada, la que lo acompaña con amor y alegría. La que nunca lo va a defraudar.

 

 

-Del capítulo “El guardián del parque” del libro inédito “Dios es un gran escritor”

 

*De Jorge Santkosky. jsantkovsky@go.org.ar

 

-Nací en la ciudad de Bahía Blanca en el año 1957. Desde los 18 años vivo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Estudios cursados de Matemática en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente trabajo en el rubro residuos tecnológicos.

Presidente durante 8 años de la Asociación Argentina del juego de go.

Libros publicados de poesía “Revelaciones” por la Editorial Huesos de Jibia 2010.  “Revelaciones acerca de otras criaturas” por la Editorial Huesos de Jibia 2011. “Breves” por la editorial Colectivo Semilla 2013 de la ciudad de Bahía Blanca. “El sonido de la atención” Editorial Huesos de Jibia 2014. “La incomodidad” Editorial Huesos de Jibia 2015.

"El después es ahora" Editoral "A capella" 2021 Córdoba.

-En narrativa “Diario de un cuentenik” de la editorial Leviatán 2020

-Mantengo el blog http://otrascriaturas.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

REBECA*

 

 

Iván, peluquero y anarquista ruso, fue asesinado por

la policía en los años 40.

En un bolsillo de su pantalón encontraron tres monedas,

panfletos llamando al alzamiento contra el poder de turno

y un librito acerca de cómo construir un mundo

donde nadie es amo ni esclavo

y del devenir inexorable de la felicidad a causa de esto.

 

Un pequeño peine completaba el cuadro en el otro bolsillo.

 

El hijo del peluquero se hace policía para ganarse la vida

reprimiendo a los que alteran el orden en la vía pública.

En una refriega, muere asesinado por un ladrón que le

dispara a la cabeza.

 

Rebeca, la hija del policía, reabre la peluquería familiar.

Sin saberlo, le corta el cabello al ladrón que asesinó

a su padre.

Y al comisario que mató a su abuelo.

 

Por las noches escribe poemas breves impregnados de amor

ignora el mundo casi por completo y es feliz

eso me dice, sin mirarme,

al bajarme del sillón de la peluquería.

 

*De Andrés Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar

-De su libro Los ojos de Sasha o el fin de un sueño rojo.

Leviatán, 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL MUNDO COMO POSPRODUCCIÓN*

 

¿Hemos perdido la capacidad (y la voluntad) de distinguir entre lo que ven nuestros ojos y lo que generan las inteligencias artificiales?

 

 

*POR ALEJANDRO BADILLO. badillo.alejandro@gmail.com

 

Hace algunas semanas se hicieron populares varias imágenes en las redes sociales relacionadas con el volcán Popocatépetl y el aumento de su actividad. El estado de Puebla, en particular, fue uno de los lugares más afectados por la expulsión de ceniza. En esos días los usuarios compartieron ilustraciones generadas por inteligencia artificial con herramientas como Bing Image Creator o Midjourney, entre otras. Las imágenes que resultaron fueron difundidas, incluso, por medios tradicionales como El Universal o Infobae. El problema con la situación, más allá de la espectacularidad de las escenas o la estilización de la supuesta erupción, es que los usuarios tomaron esas fantasías como una verdad respaldada por la ciencia. El tema de moda aparecía con leyendas como “Así se vería el volcán Popocatépetl si hiciera erupción, según la IA”.

Avanzamos a pasos acelerados hacia la posverdad. En el caso que describo la posverdad no es fruto de la manipulación política o una campaña abierta de desinformación. Estamos ante un fenómeno que podríamos llamar “ilusionismo tecnológico”, es decir, una suerte de truco de magia que engaña nuestra mirada y juega con la confianza que le otorgamos al mago, en este caso los generadores de imágenes de IA. La fe que le tenemos a la tecnología y, por supuesto, la noción de que es neutral y libre de sesgos nos lleva a un camino en el que la utopía es más una amenaza que una herramienta para imaginar nuestro futuro. Si creemos, por ejemplo, que un auto eléctrico puede ser una solución a la contaminación por combustibles fósiles –más allá de la falta de evidencia científica al respecto– podemos creer que un algoritmo puede predecir los alcances de una erupción y mostrarlos a través de una imagen. A esto se suman las reacciones automáticas que producen las redes sociales y la atención superficial que se le da a la información. Como afirma el sociólogo y economista William Davies en su libro Estados nerviosos, el consumidor digital está dominado por sus emociones y raramente analiza los anzuelos que ofrece la red con distintos propósitos.

No es sencillo, ya que el funcionamiento de la IA es cada vez más oscuro, pero se puede investigar cómo funciona este sistema aplicado a imágenes: el programa hace una búsqueda en Internet de los conceptos que introducimos. En este caso del Popocatépetl fueron “volcán”, “erupción” y “México”, entre otros. El criterio no es, en absoluto, científico sino basado en imágenes populares que son extraídas por el algoritmo y reformuladas hasta crear un marco coherente. El problema, como ya ha sido advertido desde hace tiempo por los investigadores, es que la IA se nutre de los sesgos que tienen las imágenes más populares en Internet. A Midjourney o Bing Image Creator no les interesa crear un mundo visual basado en una proyección en la que intervengan datos científicos como cantidad de lava, la altura del volcán o la distancia de centros urbanos importantes como Puebla; trabajan con la inacabable fuente de imágenes en la red.

De esta forma, una de las ilustraciones más difundidas en las redes sobre la erupción del Popocatépetl repitió los estereotipos más difundidos sobre México en el extranjero: un pueblo conformado por casas de un solo piso, de apariencia destartalada, y una calle recta –transitada por autos que parecen sacados de los años 50– que se dirige al volcán cuya erupción recuerda el hongo de una bomba atómica. Las imágenes que nutrieron esa fantasía son, justamente, los sesgos más populares sobre nuestro país que pasaron, sin muchos cambios, del cliché hollywoodense al diseño en apariencia artificial. La verdad se construye a base de likes sin que haya ningún otro intermediario.

James Bridle, periodista especializado en tecnología, habla en su libro La nueva edad oscura acerca del sesgo de automatización, es decir, de cómo confiamos en los productos que nos dan las máquinas a pesar de que entran en conflicto con nuestras propias experiencias de la realidad vistas a través de nuestros ojos. En el caso del volcán Popocatépetl fue increíble comprobar cómo los mismos habitantes de Puebla y municipios cercanos a la zona de peligro, como Cholula, dieron credibilidad a las fantasías presentadas por la IA a pesar de que no se parecían en nada a la visión cotidiana que tienen del volcán y de las zonas que habitan. Las imágenes incluso dejaron a un lado las fotografías turísticas de Cholula que muestran a la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios –arriba de la pirámide– y, atrás, la presencia abrumadora del volcán. Sin otra información que la imagen, la profecía eruptiva se ofreció como un detonante compartido por periodistas y comunicadores.

La fotografía nació como un intermediario entre la realidad y nosotros. Siempre fue manipulable y, por supuesto, susceptible de convertirse en una herramienta para la propaganda ideológica. En el ensayo Máquinas de vanguardia el investigador y académico Rubén Gallo describe el artificio de los primeros artistas de la lente que retocaban, como si fueran pintores, sus escenas. Esta dinámica se actualizó, mucho tiempo después, con los programas informáticos que ahondaron la brecha entre lo capturado y el producto final. Pero ahora la imagen se crea casi de la nada. Basta dar instrucciones someras a una máquina que, como un fetiche mágico, nos devuelve un estímulo con el que nos manipulamos a nosotros mismos, ya sea a través de escenarios idílicos que nos dan esperanza o pesadillas que atizan nuestros terrores, como erupciones volcánicas, inundaciones o guerras.

El problema es que nos hemos quedado sin materia prima porque ya no basta lo que ven nuestros ojos ni, tampoco, la experiencia que nos sirve como mapa para guiar nuestro conocimiento de lo real. Roland Meyer, investigador de los medios, afirma: “Hasta cierto punto, el mundo sólo nos proporciona los datos sin editar, todo lo demás sucede en la posproducción”. Este último concepto, me parece, es el más inquietante: estar rodeado de artificios sobrepuestos a otros artificios hasta lograr la “borradura” del evento que los originó. El ilusionismo tecnológico a través de la imagen es una copia que se lleva más allá en la posproducción hasta obtener una suerte de realidad aumentada que cobra vida a pesar de que sea cada vez más inverosímil.

 

*Fuente: https://www.latempestad.mx/el-mundo-como-posproduccion/

 

-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)

-Es autor de los libros de cuento: Ella sigue dormida

(Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles

 (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad

Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las

novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza

(Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo).

Recientemente ha publicado:

 “La Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021-

 “Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL TÍO SERGEI*

 

Cualquier persona que tiene una sonrisa perpetua en el rostro, oculta

una violencia que asusta.

Greta Garbo

 

 

Mi madre y su hermano Sergei llegaron en un barco

                                                     [a Nueva York

a principios del siglo pasado.

Junto a ellos, bajó un matrimonio de apellido Demsky

 

Sus ideas la convirtieron en líder de los inmigrantes rusos.

Al ser expulsada por las autoridades de migraciones

debió abandonar el país de la libertad en setenta y dos horas,

partiendo hacia Argentina en otro barco plagado de pobres.

 

A su hermano, el hambre y el instinto de supervivencia

lo llevaron a Hollywood

donde filmó, con el hijo de aquella pareja:

Issur Danilovich Demsky, más conocido como Kirk Douglas.

 

Ya en Buenos Aires, continuó pagando con persecuciones

su línea de pensamiento

mientras mi tío se volvía millonario y con el paso del tiempo

se convirtió en el dueño de varias joyerías.

 

Esta foto juntos, ajada por los años

en una ciudad que no reconozco

muestra a un hombre impecablemente arreglado, con un

                                                     [traje oscuro

y un sombrero que habla de su ascenso social.

Mi madre, a su lado, sencillamente vestida

con su cabello sujeto por una peineta y una flor, una rosa

asomando de su saco

símbolo de los combatientes de su época.

 

Los hijos del tío Sergei, ampliaron los negocios del padre

sumando a las joyas, un estudio de cine,

una casa de alta costura y otra de bienes raíces

que aquí se denominan inmobiliarias.

 

Yo seguí ganándome la vida en los barcos o en los astilleros

viajé por el mundo, aún después de la muerte de mi madre,

arreglando los motores de los transatlánticos

hasta que los aviones terminaron con ellos y con mi trabajo.

 

Lo curioso, sucedió aquella vez que bajé unos días

                                                       [en Nueva York

y tropecé con carteles de campaña con el rostro del tío Sergei,

candidato a senador por ese estado, una foto gigante que

                                                            [repetían al infinito

las calles, con su eterna sonrisa, abrumadora e insoportable.

 

Peor aún, cuando vi esa rosa roja en la solapa de su traje.

 

*De Andrés Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar

-De su libro Los ojos de Sasha o el fin de un sueño rojo.

 Leviatán, 2017

 

 

 

 

 




 

 

 

 

Mi hermano Savy y el gato Cristóbal*

 

 

Fue una agradable sorpresa que mi hermano viniera a despedirse de Cristóbal. Nuestro gato siamés que se encontraba muy enfermo. Venía muy poco a visitarnos porque se sentía inseguro para andar por la calle. La enfermedad que padecía ya estaba haciéndose notar y lo volvía inestable.

Hacía muy poco habíamos descubierto que nuestro gato sufría de insuficiencia renal aguda. Ciertas conductas que no entendíamos eran consecuencia de su incipiente ceguera. Un proceso muy acelerado porque hasta un par de meses atrás Cristóbal se subía a caminar por la cornisa. Ya no aceptaba comer ni beber. Lo alimentábamos por suero y una jeringa en la que poníamos lo que nos aconsejaban que podía alimentarlo. La enorme tolerancia al dolor de los gatos tiene un límite y parece que estaba llegando. Se notaba que ya no esperaba mucho más de esta vida y que estuviéramos preparados para la despedida. O quizás simplemente disfrutaba que ya la perrita Lulú y su par felino Benjamín ya no lo molestaban, Poca gente sabe sobre la ética de los animales de no causar más dolor a un compañero enfermo. Cristóbal era el animal más pequeño de nuestro hogar, pero era indispensable y él lo sabía muy bien.

Reconoció a mi hermano a pesar de vivir en penumbras y tambaleando se acercó hasta sus piernas para que lo levantara. Pocos días antes hubiera saltado sobre su falda sin pedir permiso alguno. Un derecho adquirido sobre quien tantas veces lo cuidó cuando nos ausentábamos de nuestra casa.

Mientras acariciaba su ya delgado lomo con la mano que mejor maneja, mi hermano me miró con esa expresión entre ingenua e inteligente que tiene disponible   para momentos como este y me dijo: “ambos somos discapacitados, el gato no puede ver y a mí me cuesta caminar”.

Omitió decir que ambos tenían problemas de salud mucho más agudos. El mismo padece una enfermedad incurable, de las más crueles que puede sufrir un ser humano. Y no existen trasplantes de riñón para gatos de la edad de Cristóbal. Pero entendí la suave analogía.

Cristóbal también entendió y sonrió cómplice con su sonrisa felina. Seguir vivo pese a la opinión de los veterinarios que sugerían llevarlo a dormir fue una de sus últimas bromas.

Es interesante saber que, a ambos, no solo los vinculaban sus carencias. También el profundo deseo de volver a un lugar que los cobijara amorosamente.

Tardé en permitir que mi hermano volviera al departamento donde murieron nuestros padres por temor a que se deprimiera. Este pensamiento ahora me avergüenza.

También tuve que dejar al alicaído gato volver al altillo donde falleció su amigo Marco Polo hace algunos años. El mismo espacio que habitaron cuando llegaron a nuestro hogar.

Temía a la furia de los recuerdos puestos en contacto con la sombra de los seres queridos. De los seres perdidos.

No pude ser más ignorante. No se puede tapar la tristeza con las manos. Está grabada a fuego en cada acto de nuestras vidas.

Cada uno tiene el derecho a penar libremente por sus penas de ausencia.

 

 

*De Jorge Santkosky. jsantkovsky@go.org.ar

-Del libro inédito “Sabría que vendrías “que versa sobre los efectos de la enfermedad Corea de Huntington en mi familia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA LLUVIA ENSUCIÓ MIS PANTALONES*

 

De la mañana a la noche anduve

con mis pantalones manchados por la ciudad,

la lluvia

que había hecho salir el barro de la tierra

se escabulló tenaz por entre las baldosas

y me asaltó

así

como un triste animal manchado

quedé.

La ciudad brillaba siguiendo su costumbre

brillaba para mí

que soy opaca y traigo

palabras escondidas

para casos de necesidad

de penuria

de escasez

de apremio

brillaba

la ciudad

desde sus más oblicuos perfiles para mí

que fui y vine y regresé

de una punta a otra de los horizontes

con mi pantalón manchado.

Después

cerca de la llegada de la noche

cuando nadie se acordaba ya

del agua que cayó y dejó sus brillos

fugaces

resbaladores de luces

nacidos para morir antes de tiempo,

mis pantalones manchados de animal

causaron risa

mucha risa

esa que casi siempre

mata las bocas de la gente triste.

Mañana también lloverá

y tendré que salir.

Mañana también lloverá.

 

 

*De Irma Verolín. irmaverolin@hotmail.com

 

-Irma ha publicado libros de cuentos: "Hay una nena que gira", "La escalera del patio gris", “Una luz que encandila” y “Una foto de Einstein tocando el violín”.

-Novelas: "El puño del tiempo", "El camino de los viajeros" y “La mujer invisible”. También una serie de títulos en literatura infantil en distintas editoriales. Obtuvo diversas distinciones entre las que se destacan Premio Emecé 1993-94, Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires Eduardo Mallea, Primer Premio Internacional “Horacio Silvestre Quiroga”, Primer Premio Nacional Macedonio Fernández, Primer Premio Internacional de Puerto Rico, Primer Premio Internacional de Novela Mercosur. Tres de sus novelas fueron finalistas en los premios Fortabat, La Nación de Novela, Planeta de Argentina y Clarín.

-En poesía publicó “De madrugada” en Ediciones del Dock y “Los días”, editorial de la Fundación Victoria Ocampo, Primer Premio Horacio Armani 2014 otorgado por la misma fundación y “Árbol de mis ancestros”, Editorial Palabrava 2018. Algunos de sus poemas fueron traducidos al ruso, portugués e italiano. Fue becaria del Fondo Nacional de las Artes en 1999.

-En 2021 publicó por Editorial Ciccus su libro de cuentos:

"Fervorosas historias de mujeres y hombres"

 

 







*

 

"Nunca sabremos por qué irritamos a la gente, qué es lo que nos hace simpáticos, qué es lo que nos hace ridículos; nuestra propia imagen es nuestro mayor misterio".

 

*Milan Kundera

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

El Reynoso*

 

 

El arquitecto es un hombre viejo. Ha dirigido muchas obras. Ha visto desfilar delante de su mirada a verdaderos personajes entre los albañiles y gremios que trabajaban en sus obras.

Mira el recorrido del ferrocarril Provincial, buscando el principio del hilo del cual tira la memoria para recuperar lo remoto. Se detiene en la Estación Emiliano Reynoso.

 “El Reynoso”. Reynoso era el apellido del peón que se convirtió en una leyenda que circuló por años en las obras. Cada tanto cuando le tocaba compartir un almuerzo con los obreros, alguien contaba la historia, modificada con el suspenso que les imprimen los Cuentacuentos a sus narraciones.

Los albañiles son excelentes narradores de historias propias y ajenas.

 “Fuimos un pueblo alegre” –se dice sin profundizar.

Aquella obra era una casa de campo que quedaba en el medio del campo. El campito quedaba a un par de kilómetros de la ruta y a unos 300 metros del apeadero del ferrocarril, se llegaba por una huella que se hacía intransitable con una lluvia copiosa. Unas pocas casas perdidas. Un solo vecino con el que se compartía el alambrado y una línea de eucaliptos altos a los fondos.

Para comprar cigarrillos o comida había que ir hasta la ruta. Un solo corralón de materiales “El cóndor” atendido por hermanos del apellido inolvidable, los “Cucurulo”.

Costó encontrar un equipo de albañiles que estuvieran dispuestos a viajar horas en tren para llegar hasta el fin del mundo.

Los albañiles trajeron al Reynoso, un correntino fuerte que además de peonar en la jornada laboral acepto quedarse como sereno en el medio de la nada.

Armamos un obrador con chapas bastante grande, una parte se dividió para que sea el dormitorio del Reynoso. Además del catre, ropa y unas pocas cosas el hombre había traído un pequeño altar caserito del gauchito Gil

El Reynoso hacía las compras para el asado. Llevaba los pedidos de materiales al corralón donde teníamos cuenta corriente. En esa época no existían los teléfonos celulares. Un día, Reynoso avisó que le regalaron una mascota.

-Le puse “Tingui” dijo. Del gato de Reynoso nos olvidamos enseguida, al hombre se lo vio comprar botellas de leche, juntar los huesos del asado o comprar hueso con carne para el animalito. La mascota se quedaba dentro de un sector bien alambrado pero agreste que ni siquiera fue desmalezado. La única entrada era la puerta del fondo del obrador – casa del sereno

Esa zona del campito en la que no trabajábamos era de unas tres hectáreas. El proyecto contemplaba más adelante construir allí una amplia pileta de natación, un quincho, parquizar.

En aquella mañana de enero había un calor demencial. Era una visita de rutina a una obra que ya estaba en etapa de terminación, estaban los pintores, los albañiles y el Reynoso que recién había vuelto de comprar las provisiones para el mediodía en los comercios de la ruta.

Fue todo muy rápido, como suele ser con los hechos que marcan la memoria para siempre. Escuchamos tiros. Algunos nos silbaron por encima de nuestras cabezas. Uno de los pintores se tiró de la escalera al piso. Se escuchó un lamento de animal grande, un ronquido doloroso que venía desde el pastizal. Luego escuchamos el grito que pretendía emular al del Tarzán de Johnny Weissmüller. Ahí ubicamos al tipo trepado al eucalipto blandiendo una carabina con gesto triunfal. No habíamos salido de la sorpresa cuando vimos al Reynoso trepar como un gato al árbol. Sujetó al hombre, lo bajo a los golpes. Desde el piso con el Reynoso golpeándolo ese hombre ya no gritaba como Tarzán, sino que pedía auxilio.

Los albañiles salieron disparados, cruzaron el alambrado, lograron sacarle al Reynoso el cuchillo antes que lo sacara del cinto, creo que lo iba a degollar como a un cordero

Fue por esto que supimos que ese vecino era un cuatrero furtivo que asolaba varios campos de Saladillo. La noticia podría haber salido en los noticieros, pero no fue así: el dueño del campo que construía su casa era un empresario exportador de lana que compró un acuerdo de silencio: nadie diría ni una palabra, no habría denuncias policiales. Supe que el acuerdo incluía comprarle su chacra a un precio increíble con tal de no tener a un delincuente chiflado cerca. Reynoso iría a una obra que teníamos en Barracas.

A la mascota la enterramos en los fondos del terreno. Reynoso que era un hombre grande lloraba como un niño. Se había puesto las mejores ropas, tenía un pañuelo colorado anudado al cuello. Le habían matado a la única compañía que había tenido durante casi dos años en la soledad de ese paraje perdido en la pampa. Ahí nos enteramos de una habilidad de su mascota: como un perrito amaestrado traía en su boca una piedra que colocaba sobre su alpargata, El Reynoso daba la patada con fuerza, Tingui atrapaba la piedra en el aire o la buscaba entre los pastos hasta traerla de vuelta a los pies del hombre.

20 años después en una obra ubicada en el barrio de Núñez. Cuando todavía existía el asado. En una sobremesa, el capataz santiagueño volvió a contar la historia del Reynoso. Esta versión era más simple que aquellos hechos ocurridos en su obra. El vecino -un ladrón drogadicto- había ahorcado al gato. El Reynoso trenzado en lucha lo había degollado sin piedad.

No dijo nada. Se limitó a escuchar.

Lo del tigre de Bengala jamás lo hubieran creído.

 

*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com

 

 

 

 

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