EN UN SUEÑO TRANSPARENTE

 



*Dibujo de Erika Kuhn.

https://obraerikakuhn.blogspot.com

 

 

 

 

 

 

 

 

ESPEJOS*

 

La palta creció desde su semilla. Partió su corazón y se alzó ante la vida. Frente a ella, a través del cristal de la ventana, germinó su amor, que la refleja cada mañana.

 

*de Esther Andradi. esther@andradi.de

-Del Tomate. Inédito

 

 

 

 

 

 

 

EN UN SUEÑO TRANSPARENTE 

*Textos de Esther Andradi.

http://www.andradi.de/es/startseite/

 

 

 

 

 

 

 

 

ON THE ROCKS*

 

El dolor se tragó mis ideas, mis proyectos, mis locuras.

En su lugar quedó un hueco, una cala donde el mar se acomoda por las noches, despacio.

Cuando hay luna, descontrolado, sube a buscarla.

Entonces me despierta una sirena.

 

 

* -Inventiva Social - 2018

 

 

 

 

 


 

 

 

 

REQUIEM POR RIOBAMBA*

  

Esa casa de la calle Riobamba era prefabricada, una miniatura.

En esa casa escribía en el armario. Un espacio entre el baño, la cocina y

el dormitorio, que se abría para escribir y se cerraba para guardar.

Era el antecedente del archivo digital, pero entonces yo no lo sabía.

Tipeaba por las noches, culpable por molestar, por no compartir el

lecho, por la luz encendida. En esa casa me embaracé, sufrí mi primera

pérdida, y los espasmos se fueron sólo cuando permití que la sangre

arrasara con todo.

En esa casa pinté lila y blanco los muebles del dormitorio, la alacena

verde y amarilla, los muros rosados.

En esa casa fui joven y tuve tres perros: Violeta, Zorba, Bakunin.

A Violeta la atropellaron y debí entregarla al veterinario para su

sacrificio. Todavía hoy, cuando siento pena, me acarician sus ojos

dulces.

Zorba huyó del estruendo del año nuevo.

Bakunin se quedó hasta la muerte.

Cuidando el lugar de quien no volvería.

Yo.

Miedos, utopías, nacimiento y muerte, la revolución, el amor:

la ascensión del Chimborazo.

Todo permaneció intacto en esa casa que esta noche me visitó en

sueños, envuelta en celofán, como un regalo de Christo, anexada a mi

vida hasta el fin del mundo.

 

* Hispamérica Nro 137, 2017

 

 

 

 

 



 

 

 

*

  

¿De qué tamaño es el cordón?

¿De qué longitud el cordel por el cual te anudas a mi cuerpo y te desatas?

¿De qué dimensiones la herida borroneada en tu piel, que anuncia el olvido de la antigua unidad? ¿De qué color la muestra de la sangre que separa tu trazo del mío, tu riesgo de mi peligro, tu corazón de mi esperanza?

¿De qué peso la aguja que habrá de tejerme a tu historia, la certera que hilvanará tu centro a mi eje? ¿De qué textura el encaje que nos bordará, silenciosa, cada paso, cada aleteo?

¿Cuántos centímetros, cuántos metros, cuántas yardas entre tu vientre y el mío, desatando lo que atamos, anudando lo desanudado, bordando lo descosido?

¿De qué espesor la transparencia de la hebra que más se afirma cuanto más se corta?

Es inútil: no hay gramática capaz de atrapar la desmesurada escritura del ombligo escurriéndose como pez en el umbral de la vida.

 

 

*Fragmento de Tanta Vida, Novela, Simurg 1998

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

On demand *


 

En el universo hay una señora que barre

el polvo que se acumula en los agujeros negros

que mirándolos bien como ella sabe

no son tan negros

apenas oscurecidos

por una nube de polvo

que de vez en cuando hay que barrer

 

en el universo hay un montón de cosas

y una increíble ambición por agrandarse

y agrandarse

hasta los confines de no se sabe bien qué

y la señora que barre se impacienta

cada vez más espacio

cada vez más polvo

y ella sola

contra los agujeros negros

y su súper escoba para los polvos del universo

 

 

*-Inédito-

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

LA GRAMA ENCUBIERTA*

 

O una versión personal del "pastito interior"

 

 

Mi abuelo el árabe llegó a Argentina sin conocer una palabra de castellano. Dicen las lenguas familiares que en Buenos Aires sus paisanos le dieron una maleta con artículos para vender, que él tiró por ahí, porque le avergonzaba su español insuficiente, y siguiendo las vías del ferrocarril llegó a una colonia de inmigrantes donde iba a conocer a mi abuela. La colonia se llamaba Nuevo Torino, de modo que el castellano por cierto tampoco era su fuerte. Mi abuelo se bastó con una mandolina para enamorar a las mujeres, y todavía hoy no hay hombres en la colonia que no hayan oído hablar del lenguaje de sus brazos, sea para la dura faena del campo o para la pelea, que ganas no le faltaban al árabe, ni susto le daban ni una ni otra. De esa mixtura piamontesa y árabe, dialecto de Oms, nació mi padre y sus diez hermanos, a la sazón los tíos de mi infancia, de las fiestas de la yerra y de los chistes verdes en piamontés. Porque fue la abuela quien legó su lengua a la familia, mientras el abuelo relegaba su idioma y enterraba la nostalgia.

Mi abuelo el anarco-sindicalista llegó de Turín siendo un niño, y la leyenda familiar cuenta que todos servían al rey, y habla de caballos blancos y negros ornados para los desfiles de una pompa, que en las pampas argentinas de esos años, sin asfalto ni agua corriente ni electricidad, sonaban como a historias de aparecidos de cualquier otro planeta. Lo conocí poco, con su altura desorbitante, su blancura casi lunar y sus anteojos de hombre que parecía destinado a actividades del espíritu.

Murió cuando yo todavía era una niña pero me legó su olor. En los fondos de la casa de la abuela, que hoy ya no existe, estaba la piecita del tesoro que yo visitaba a la hora de la siesta: la abuela guardaba allí los recuerdos de su esposo. En medio de alcanfor y naftalina sobresalía el olor de las revistas, a papel viejo y fotos de colores, que en una época sin televisión acaso alguien pueda comprender la fascinación que ejercían en una niña. Revistas políticas, fotos de los compañeros en el sindicato, recortes de periódicos antiguos, todo se remozaba en los cajones de la cómoda de la piecita, donde también se guardaba el yunque de mi abuelo, que era metalúrgico y como tal, comandó más de una huelga y uno que otro sindicato. La relación entre la abuela con ínfulas aristocráticas y el abuelo anarco provocó la ira patriarcal y la expulsión de la bella Teresa del paraíso familiar. De esa catástrofe nacería mamá y los seis tíos por vía materna. Con todo, la desheredada y el político legaron a sus hijos el dialecto italiano dizque del rey.

Ni qué decir que con esta historia de mezclas y de pérdidas, siendo niña me cuidaba muy bien de pronunciar cualquier palabra que no fuera típicamente “argentina”, si es que algo así existe. El sistema de lenguaje familiar de la infancia era precopernicano: el castellano-argentino era el centro del mundo y aquel que no lo hablase correctamente, merecía el destierro, y la repetición del año escolar, para más humillación. Los demás mundos eran satélites imperfectos cuya vida dependía del idioma oficial. Sin embargo, este idioma era una suerte de castillo, que por acción de los puentes levadizos de los demás idiomas, podía quedar protegido como también aislado de la vida. En otras palabras, cuando mis padres comentaban sus secretos hablaban el idioma periférico. Igual que mi abuelo el árabe, que de tanto en tanto se refugiaba en el jeroglífico con sus paisanos condenando a la abuela María al silencio. El idioma entonces era puente y puerta, así como la periferia podía ser a la vez centro y viceversa, en un movimiento continuo de relaciones, atracciones y oposiciones. Pero eso se me iba a revelar mucho más tarde.

Porque ese universo de mi infancia permaneció encubierto durante años, hasta el encuentro con el idioma alemán. Idioma que, como se sabe, nada tiene que ver con el árabe ni con el piamontés y tampoco con el castellano. En Alemania no sólo el idioma hablado era diferente. Hasta las interjecciones, el idioma gutural de la infancia, venía en otro envase. Así por ejemplo, los amigos alemanes decían "Ajjj" para expresar la belleza, cuando todo el mundo sabe que en castellano argentino "ajco" -asco- se "dice" con jota. Pero "asco", según el idioma del nuevo mundo se expresaba con una interjección que suena más o menos así:

 "iii-guet-iii-guet"... algo que a mí no me decía nada. Y en cuestiones de vida o muerte, si yo decía "ay", para expresar mi dolor, el otro pensaba que se trataba de un juego, porque el "ay" de ellos es "aua", y así hasta el infinito.

¿Qué hacer frente a tamaña diferencia? ¿Refugiarme en el exilio interior o dejar que me lavasen el cerebro? Como mi abuelo el árabe, abrí mis puertas al nuevo sistema solar que se me ofrecía, y me metí de lleno a aprender el idioma, a disfrutar de su sonido, a irritarme con sus incontinencias, a rebelarme con sus diferencias. El riesgo que ofrecía tamaña aventura no me era desconocido. En cualquier momento corría el peligro de ser tragada por el agujero negro teutón, y adiós pampa mía. Pero también tenía la posibilidad de ganar un universo que se conjugara con el mío, y que en el espacio sideral ambos pudiesen convergir y moverse con la distancia que permite la atracción pero no la deglución. Juntos pero no mezclados, como se dice en criollo.

De esa relación contradictoria, tortuosa y por cierto alterada por no pocas desesperaciones y dolores, he ido ganando poco a poco profundidad en el universo de mi mundo de idiomas maternos, los hablados, los callados, los gestuales, y podría decir que a la larga el resultado no deja de ser satisfactorio, aunque de vez en cuando suele arrebatarme la tentación de refugiarme en el castillo y levantar los puentes. ¡Como si el aceptar el nuevo universo fuese cosa a estas alturas de mi voluntad!

 

Lo único inquietante de toda esta historia es, que mientras gano en profundidad, mientras me sumerjo en el origen y el nombre de las cosas en mi idioma original, buscando la raíz y dejando de lado la espontaneidad y la presunta inocencia del idioma materno, me suele asaltar la nostalgia por la extensión, privilegio que conservan los que viven en el idioma. Quiero decir, que mientras estoy en el castillo alemán, el castellano se me manifiesta con la contundencia del nombre, con la fuerza de lo esencial, de lo originario/original, con la insistencia con que suelen expresarse las periferias. Y por cierto, la nostalgia de perderse en la infinita pampa del lenguaje colectivo, coloquial, vital, permanente, en el que nadan los que están allá, se hace especialmente patente, apenas me rozo con ese lenguaje, sea en el encuentro con el viajero recién llegado de aquellas tierras o en un viaje hacia allá, donde me alcanzan las nuevas palabras. Entonces, por un instante, me baño en el mar del idioma vivo de esos días. Y gracias a la exaltación, se refuerzan en mi alma los giros oídos en la niñez, las risas paternas, los chistes verdes en piamontés, las protestas y ordenanzas e inventos de palabras de esa familia, que un día asumió el castellano-argentino. Pero que a la vez, en un pacto secreto, en sus valijas deshechas, en sus bártulos desarmados, en la nostalgia de un universo que no se resignaba a perder, guardó sus vocales e interjecciones, sus ayes y sus peros, por si alguno de sus descendientes, estimulado por el dolor de la opción, las recuperase algún día. Entonces, descubriría que no hay centro ni periferia que dure cien años, ni gramática y corazón que lo resista. Que hay una fuerza que persiste como la grama, que sigue creciendo bajo la tierra recién removida.

 

 

 

*1993

 - (en antologías español, alemán, inglés)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

FUTURO INDECISO

 

 

Por las mañanas muy temprano mi gata me exige caricias.

Primero comida, sí, pero después caricias.

Su insistencia aumenta con los años.

Cuando ya no esté, seguiré acariciando su aura

mirando el arce por la ventana.

Y cuando las dos nos hayamos ido,

la memoria de la ventana nos evocará cada

mañana en un sueño transparente, gata y mujer, acariciándose,

para permanecer.

 

O no.

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

El sol*

 (XIX)

 

 

Mi pequeña hija bate palmas, se agacha debajo de la mesa para encontrarse con sus amigos en el otro lado del océano, para hablar con sus hermanos no nacidos, con la abuela que no conoció. Mi hija me enseña la zona de vacío entre la madera y el piso desde donde ve. Y me invita a seguirla. Me inclino hacia abajo y creo que veo. Pero ella sabe que no veo. Entonces me toma de la mano y me dice:

-  Así no. Así- y apoyando la sien al borde de la silla forma un ángulo agudo entre su cuerpo y el suelo.

Un arco se dibuja entre el sol y la sombra a esta hora de la tarde.

-  Así puedes ver, mamá. Así.

Y entrecierra los ojos.

 

-De: Tanta Vida novela, Simurg Buenos Aires 1998

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

FRONTERIZA*

 

Bésame, bésame mucho…

 

Corro, de un lado para el otro y estoy siempre en el mismo lugar.

Me siento al escritorio y no puedo estarme quieta.

Mis glándulas gritan, se ensanchan, muerden.

Mis pies se agitan, mis manos se paralizan.

Sonido de grillos en los oídos,

la lengua pesada adherida al paladar bloquea la palabra.

Todo el cuerpo bajo presión:

una locomotora se asienta en los tobillos, empeñada en tomar el control.

En pocos minutos voy a evaporarme.

Morirá esa criatura célebre por sus extravagancias y su aire pretencioso.

En su lugar nacerá una hiena, un sapo, una medusa, que guay con mirarla.

 

 

-De Microcósmicas, Macedonia Ediciones 2017

 

 

 

 



 

 

 

 

 

 

Metamorfosis*

 

 

Ahora soy una hierba doméstica. Pero supe ser salvaje.

 Orgías fueron aquellas: no te puedo explicar la de bichos

que entonces se balancearon entre mis lianas.

 Nada que ver con el perejil en que me he convertido.

 

*De "Microcósmicas", Macedonia Ediciones, Morón, 2015-2017.

 

 

 






 

 

XVIII*

 

Locas. Dicen que están locas. Locas de amor, de derrumbe, de deseo.

Locas por la justicia. La locura es poesía urbana. En el delirio se concentran frustraciones, alegrías, descalabros, furias y desmesuras de una sociedad, y se plasman en la calle como un árbol florecido o una vidriera. Locura es paisaje urbano, la pieza que define el puzzle, la fruta que destila el jugo. Y cuando la sociedad no puede tolerarla, la borra, la inyecta, la lobotomiza. La condena a encierros en manicomios secretos.

En vano se empeña en aniquilar la carcajada vital frente a la estupidez de la normalidad. Cada sociedad tiene su alfombra para hacer desaparecer sus locos y locas. Que los pongan debajo y los pisen, no significa sin embargo que hayan terminado con ellos. Solo han escondido por un instante la poesía, han amordazado las bocas para que callen, han maniatado los cuerpos para que no dancen, pero igual permanecen, como los libros que nadie compra, circulando entre catacumbas.

 

-Berlín es un cuento, novela, Alción 2007

 

 

 

 



 

 

 

 

 

CABRAS*

 

 

Rompieron las cercas, derrumbaron los muros, desmontaron las jaulas, transgredieron el orden y huyeron hacia el monte.

Zumbando por los potreros descubrieron que no todo campo es orégano.

Qué dicha.

 

*De: Microcósmicas. Macedonia Ediciones, Buenos Aires 2015, 2017

 

 

 

 



 

 

 

 

Al este del paraíso*

 

 

Argentina es el lugar del paraíso.

No uno sino muchos paraísos. Durante mi infancia los veía florecer en las calles de mi pueblo marcando el inicio de la primavera.

Años más tarde, cuando vivía en la calle Carbajal en Buenos Aires, enfrente de la casa había un paraíso moribundo. Miserable pero verde.

Agonizaba entre el cariño de los gatos vagabundos del barrio, y la poca o nada agua en tiempos de sequía. Cuando llegaba la primavera se alborotaba con nuevos brotes, como una vieja dama digna.

Una tarde de verano salí a la calle y el paraíso estaba envuelto en llamas.

No lo pensé ni un momento y comencé a cargar baldes de agua, que arrojaba uno tras otro sobre el paraíso ardiente.

Los de la mansión venida a menos, a quien pertenecía el árbol, se asomaron al balcón para mirarme. Y yo seguía cargando baldes hasta que no pude más.

El paraíso quedó chamuscado.

Alguien lo arrancó por la noche y al día siguiente en su lugar sólo había un hueco.

Como una muela removida, en esa esquina sin raíces, murió el paraíso.

Mi voluntad no alcanzó para salvarlo.

 

 

-De: Microcósmicas, Macedonia Ediciones, Argentina 2015,2017

 

 

 

 

 



 

 

 

 

NUECES*

 

Los vegetarianos me dijeron que una nuez tiene las mismas proteínas que un bife. Así que el domingo compré nueces.

Soy mujer de ideas antiguas o bien de escasos artefactos modernos. Ergo: no dispongo de rompenueces. De modo que pretendí partir a las condenadas golpeándolas contra la mesa. Imposible. Apelé a mi instinto y aplasté una contra otra. Infalible.

La comprobación me enseñó, que aún con feminismo y todo, la mejor forma de dividir a las mujeres no es aplastándolas contra el piso —como nos hacen a algunas—, sino apretándolas una contra otra.

Como las nueces.

 

 

* De Come, éste es mi cuerpo. Último Reino, 1991

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ORÍGENES*

 

 

Cuando desperté, la planta de tomate estaba aplastada, los gajos por el suelo, sus hojas fruncidas, en estado de shock. La tierra reseca, el sol de punta. La tomé en mis brazos y la llevé al reparo mientras regaba frescas gotas de agua sobre su cabeza. La dejé a la sombra y al rato volvió a sus bríos, verde y lozana. Me parece mentira. Hace dos meses nomás eran tomates deliciosos que probé un mediodía de primavera. Sequé las semillas sobre una hoja de papel, después las puse en tierra. Y ellas comenzaron a garabatear su historia, lentamente, emergiendo desde una dicotiledónea que hizo sus primeras letras hace unos cuántos siglos en algún lugar de México.

Xitomatl la bautizaron en nahuatl. Desde entonces anda por el mundo con su identidad redonda y roja, sus dulces jugos, su increíble capacidad de sobreviviencia frente a injertos, clones, manipulaciones genéticas, jardines artificiales. Nada de reducciones, ella disfruta de su diversidad. Mis reverencias, madre tomate.

 

*Del Tomate. Inédito

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AGUA VA*

 

 

En el mar del vientre, todos somos viajeros y migrantes. Del útero al mundo, del mundo a la tierra, vamos pasando las estaciones de elemento en elemento. Del agua al aire, del aire al fuego, de ahí a la tierra y viceversa. Así infinitamente. Desterrados, desuterados, con la nostalgia de un mar que nos contuvo en la cuna, vamos por el mundo añorando raíces. Pero el agua no tiene donde aferrarse: hay que dejarse llevar con su devaneo.

 

 

*De Microcósmicas. Macedonia Ediciones, Buenos Aires 2015, 2017)

 

 

 

 



 

 

 

 

 

MEMORIA DE ATOLÓN*

 

…amores habrás tenido/amores en todas partes

 

La furia contenida no arroja fuego, lo consume.

Entonces, el cuerpo afiebrado clama por agua en todos sus colores y estados, hasta que la isla se hunde. En su lugar aparece el coral, peces multicolores y el azul marino de tus ojos.

Inconfundible.

 

* -La batidora literaria, 14.02.2020

 

 




 

 

 

 

 

CEBOLLAS*

 

Somos como la cebolla. Apenas se abren, comienza el llanto. Superfluo, cierto, porque basta un chorro de agua fría para que todo se supere. Y después, sólo después, es posible separar hoja por hoja, sin presiones ni sugestiones, hasta llegar al fondo mismo del misterio, sin perder la visibilidad entre la niebla de las lágrimas.

Pero siempre se necesita un buen chorro de agua fría antes de comenzar. Es bueno no olvidarlo.

 

-De: Come, éste es mi cuerpo. Último Reino, Buenos Aires 1991, 1997

 

 

 

 




 

 

 

 

MAMÁ AMASA LA MASA*

 

 

El universo se expande. La lucha entre la energía y la materia oscura. Mientras la materia oscura alienta la vida, el orden, la energía oscura, impaciente, se estira.

Somos la masa de un pastel que no está listo. Una doña Petrona fuera de órbita apronta el horno. Varios millones de años le viene costando esta mezcla. ¿Le resultará esta vez?

Somos obstinados grumos de una masa imperfecta. Sólo una buena batida nos pondrá en forma, si es que aún tenemos arreglo.

 

 

*De: Microcósmicas. Macedonia Ediciones, Buenos Aires 2015, 2017

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

-Esther Andradi es escritora.

 

Nació en Ataliva, un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe, Argentina, y en 1975 emigró al Perú, donde fue reportera, columnista, y jefa de redacción. En 1980 viajó a Europa y se radicó en Berlín (Occidental). En 1995 regresó a Argentina y vivió ocho años en Buenos Aires. Desde 2003 vive y escribe en Berlín. Sueña con un túnel que conecte Buenos Aires y Berlín, de manera que sea posible pasar rápidamente de una metrópoli a otra. En sus textos emprende a menudo semejantes traspasos entre uno y otro mundo, reflexiona sobre los cruces y márgenes, sobre aquello que se pierde en la travesía. Y también lo que se gana. Publicó crónica, ensayo, poesía, microficción, cuento y novela. Sus relatos fueron editados en numerosas antologías y en diferentes idiomas. Sus ensayos sobre cultura, memoria y migración se publican en diversos medios de América, España y Alemania. Tradujo la poesía de la poeta alemana negra May Ayim al español. Editó la antología "Vivir en otra lengua", pionera en la construcción de un espacio para la literatura latinoamericana que se escribe fuera de las fronteras de los países de origen. Ha sido traducida a varios idiomas, últimamente al islandés.

 

http://www.andradi.de/es/startseite/

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

LA RAZÓN CENTRÍFUGA*

 

Llegué a Roque Pérez. Desde aquí no me queda otra opción que hacer dedo. Pedir aventón traducen los españoles, pero aquí no aventamos las cosas, las tiramos, las revoleamos como quien dice que se saca algo de encima, lo agarra de una esquina, mueve el brazo en redondo por sobre la cabeza, suelta y la cosa sale disparada hacia una esquina del mundo, y se queda ahí donde ya no hace daño. No aventamos ni arrojamos, en nuestro tirar hay una desesperación de revoleo, y me pongo a discurrir sobre temas tangenciales para evadirme de este presente, de este haber llegado casi, de estar tan cerca, aunque falte el último tramo.

No hago dedo entonces. Podría ponerme a la vera de la ruta y con el clásico gesto de los mochileros indicar mi deseo de que algún buen samaritano me recoja, pero en este lugar y en estos tiempos podría pasar días esperando que alguien me levante.

En un barcito pregunto si hay forma de viajar a la Estación Juan Tronconi. El hombre detrás de la barra lo piensa un momento mientras pasa la rejilla borrando las gotitas que ha dejado la bandeja de latón que se ha llevado el mozo. Dieciséis kilómetros, me informa. No me pregunta para qué quiero ir a una estación que ha dejado de recibir trenes desde hace más de cincuenta años, su orgullo masculino lo insta a resolverme el problema. Se nota que es uno de esos hombres acostumbrados a solucionar desperfectos, y lo veo dando vueltas un mapa mental de caminos rurales y alambradas, adornado con vagas referencias de tendidos eléctricos repletos de gigantescos nidos de loros.

La maestra. Me dice que la maestra de la escuela número ocho va hasta ahí cerquita de la estación. Que la escuela está a un tiro de piedra. Después si, ahora que me dijo cómo llegar, me pregunta para qué voy. Quiere seguir demostrando eficacia, intenta adivinar, supone que hago un relevo fotográfico de sitios históricos, pero me advierte que la estación ha quedado en un campo privado, y sólo se ve de lejos, detrás de una alambrada.

Me dice que la maestra vive ahí a unos trescientos metros del bar, que si camino hacia la izquierda voy a encontrar una casa con una reja blanca y un ficus en la vereda. Me dice que no me puedo equivocar, que el árbol es enorme y las raíces están tirando la pared que sostiene la reja.

Tuve suerte, encontré la casa, la mujer se mostró amable y accedió a llevarme hasta la escuela. Eso sí, me dijo, tendría que compartir el automóvil con sus hijos y una enorme cantidad de cachivaches. Pilas de cuadernos, rollos de láminas, cajas de diferentes tamaños, un chico de unos nueve años y una nena de siete que fueron todo el camino disputando un celular con el que uno intentaba escuchar una música mientas la niña lo acusaba a la madre y viceversa.

No podíamos mantener la conversación sin gritar, por lo que tras vanos intentos de preguntar o responder superficialidades, pude mirar lo poco que había para ver mientras el auto traqueteaba en el camino de tierra. Vacas, postes, alambradas, pájaros, sembrados que para mi ignorancia podían ser cualquier cosa entre soja o alfalfa.

La escuela consta de dos edificios celestes, uno más grande y con una enorme puerta con arco de medio punto, de hierro, con grandes cuadrados de vidrio repartido. No pude evitar pensar que en la ciudad los vidrios ya estarían rotos, y por la noche habrían vandalizado la escuela aprovechando esos grandes espacios sin rejas. Pero estamos en el medio del campo, aquí se respetan los objetos construidos con esfuerzo humano.

Todavía no llegan los chicos ni las otras señoritas, la maestra abre la escuela media hora antes del inicio del turno para preparar los salones, abrir las ventanas, regar las plantas de las macetas. Me dice que está reemplazando a la directora, que tiene muchas ocupaciones, desaparece con los hijos ofreciéndose a llevarme de vuelta a la ciudad cuando finalice el horario escolar.

Voy hasta la estación. Camino en un silencio maravilloso. Las retamas rojas salpican el pasto que a esta hora tiene un color precioso, brillante, favorecido por la lluvia de ayer. Claro que me detiene el alambrado. Cerca, a unos cincuenta metros quizás, el edificio de la estación con su techo rojo a dos aguas todavía parece vivo. Veo el andén, con las cenefas de madera, las paredes de ladrillo típicamente inglesas como el verde de las aberturas. Allá el galpón de carga, largo y tan hermoso acostado bajo su cielo perfectamente azul. La hilera de altos plátanos retorcidos, el molino dibujado finamente, haciendo contrapunto con el tanque de agua macizo. Todo igual. Faltan los Sosa en la carnicería, la gente llegando con paquetes en sus verduleras, el guarda y su silbato. Falta, claro, la gente. Pero la ilusión de realidad es tan fuerte que creo escuchar las voces entremezcladas con el grito de los teros y ladridos lejanos.

No pertenezco a este paisaje. Me lo contaron. A pesar de mi edad, que ya me funde con todos los paisajes en sepia, no conocí los acopios de cereales de los planes quinquenales cuando se nacionalizaron los ferrocarriles, ni tampoco vi pasar la última formación en 1961. No estuve cuando levantaron las vías, cuando desapareció el puente que unía Roque Pérez con Carlos Beguerie. No estaba yo sobre este andén borrado, cuando esto dejó de ser una estación de trenes para ser testimonio de fracaso.

Vengo a despedirme. Por qué aquí, bueno, porque en algún lugar se derrumbaron las ilusiones, y éste fue uno de esos lugares. Recóndito, centrado en su telaraña de caminos polvorientos, posesión inglesa primero, argentino luego, propiedad privada ahora, desaparecido, inútil, lugar de fantasmas, mancha de lo que no fue.

Recostada contra uno de los postes del alambrado, llorando sin mucha lágrima pero a corazón desollado. En soledad, pequeña, despeinada, con las piernas cansadas, consciente del polvo en los zapatos y de que empiezo a tener hambre. Con pena de tener hambre, porque las ocasiones solemnes no debiesen opacarse con estas cosas. Triste, triste, muy triste. Sintiendo el planeta esférico bajo mis pies, henchida de amor por esta Argentina que me defrauda hasta el vértigo, a punto de ahogarme por la bronca contra esta Argentina que me defrauda. Sabiendo que estoy haciendo un recuerdo, que estoy plantando una bandera en mi memoria, un momento iluminado por el relámpago, una quemadura desgarradora.

Mañana será Ezeiza, el vuelo, la partida.

Aquí, en el medio del campo, que es el medio de la nada o sea el centro del alma y el centro de mi Patria, mirando de lejos las ruinas de una promesa, viendo el puente que falta, las huellas de vías que se desvanecieron, la caída de un enorme toro que desapareció en su propia polvareda. Aquí, antes de volver a subir al automóvil de la maestra, me despido.

Una figura aparece en el andén. No distingo si es una mujer o un niño, la saludo con un amplio gesto de mi mano por sobre la cabeza. Permanece inmóvil un instante y luego, despacio, me devuelve el saludo con lentitud, dibujando un arco ampliamente con el brazo derecho.

¿Soy yo, de joven? Un escalofrío bajo el sol. Quien se va se deja, me digo. Aquí queda mi juventud. Me marcho.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

Próxima estación por antiguo ferrocarril Midland:

 

LIBERTAD.

 

-Final del recorrido literario por el Ferrocarril Midland-

 

En Libertad, la antigua sede de los talleres ferroviarios estará terminada la aventura literaria del antiguo Midland. Desde Marinos –una estación relativamente joven- hay un tren real –el Belgrano Sur- que puede recorrerse hasta Aldo Bonzi en el tramo original del Midland para continuar por las vías que fueron alguna vez del Compañía General Buenos Aires hasta la estación Sáenz.

Queda renovada la invitación a participar en las últimas estaciones del Midland. Que la utopía del tren literario no se detenga y haya fuerza demencial literaria para seguir adelante con el extenso recorrido del Provincial. El cierre del Midland se acompañará en sucesivas ediciones con escritos de los amigos que han participado en esta hermosa aventura.

 

 

 

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