EDICIÓN SEPTIEMBRE 2022
*Dibujo de Erika Kuhn.
https://obraerikakuhn.blogspot.com
*
Hay días en los que
una antigua sabe muy poco
solo cosas mínimas del
presente
que la hacen ir y
venir, como un viento hogareño, de la cocina hacia el mundo.
No ahonda en misterios
no pregunta ni
contesta
y sólo se detiene para
mirar
el cucharón de cobre o
el rulo de naranja en la pared blanca.
- Ya es hora de
cambiar algo, se dice, pero no sabe qué.
Y también existen días
en los que conoce aún menos
llega al umbral mismo
de la nada
y le da como una
tosecita
y se frota un ojo y
después otro
y se sienta a la mesa
y descansa.
De todos esos días que
transita nacen otros
en los que ella atrapa
un pensamiento como a una mosca
y lo retiene en la
mano
y lo entibia con
preguntas
hasta que ella misma
responde
con una sola palabra
que zumba y se vuela
cuando la acerca para
escuchar.
*De Graciela
Vega. cielavega@yahoo.com.ar
-De su libro ANTIGUAS-
-Graciela
Vega. Escritora, Bibliotecaria,
Profesora de Lengua y Literatura. Vivió desde 1989 al 2001 en los Parques
Nacionales: El Palmar, Lihué Calel y Los Alerces. En ese período se desempeñó
como Capacitadora, Bibliotecaria y Docente en diversas instituciones de esas
zonas.
Desde el 2003 trabajó como redactora en la
revista Billiken. Fue Jefa editora de Primer Ciclo en Puerto de Palos. Escribió
y editó libros en Atlántida, Estrada, SM, Salim, Guadal, Beeme, entre otras
editoriales.
-Actualmente dirige la Biblioteca Municipal
Esteban Adrogué del Partido de Almirante Brown.
PALABRAS
PROHIBIDAS*
1963: A la hora del recreo les secreté en
el oído a mis compañeras la nueva palabra que la maestra me había prohibido
pronunciar. Y la palabra tuvo sus resonancias y fue creciendo y entonces en el
siguiente recreo fue cuchicheada de oreja a oreja y creció tanto que llegó
hasta los oídos de la maestra que se escandalizó. En el mismísimo instante en
que ella iba a encolerizarse, la escuela entera estalló por el aire. Por eso
ahora ni siquiera me animo a pensar en esa palabra en medio de la pura
destrucción o de la nada. La palabra ha ido mutando como un animalito arcaico
que nació en un lugar y en cuerpo equivocado. Silencio, silencio, por las
dudas.
*De Irma
Verolín. irmaverolin@hotmail.com
-Irma
Verolín ha publicado libros de cuentos: "Hay
una nena que gira", "La
escalera del patio gris", “Una
luz que encandila” y “Una foto de
Einstein tocando el violín”.
Novelas: "El puño del tiempo", "El
camino de los viajeros" y “La
mujer invisible”. Y también una serie de títulos en literatura infantil en
distintas editoriales. Obtuvo diversas distinciones entre las que se destacan
Premio Emecé 1993-94, Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires
Eduardo Mallea, Primer Premio Internacional “Horacio Silvestre Quiroga”, Primer
Premio Nacional Macedonio Fernández, Primer Premio Internacional de Puerto
Rico, Primer Premio Internacional de Novela Mercosur. Tres de sus novelas
fueron finalistas en los premios Fortabat, La Nación de Novela, Planeta de
Argentina y Clarín.
-En poesía publicó “De madrugada” en Ediciones del Dock y “Los días”, editorial de la Fundación Victoria Ocampo, Primer
Premio Horacio Armani 2014 otorgado por la misma fundación y “Árbol de mis ancestros”, Editorial
Palabrava 2018. Algunos de sus poemas fueron traducidos al ruso, portugués e
italiano. Fue becaria del Fondo Nacional de las Artes en 1999.
-En 2021 publicó por Editorial Ciccus su
libro de cuentos:
"Fervorosas
historias de mujeres y hombres"
LA CASTAÑERA*
Las hojas caen de los
árboles formando en el suelo una alfombra ocre y crujiente y alguna de ellas
cae directamente encima del gran fogón.
La mujer, anciana y
ataviado con unas viejas zapatillas de fieltro de color negro, una falda que
parece demasiado delgada para la estación, un refajo y una manteleta de lana
igualmente negros, lleva sobre la cabeza un pañuelo de idéntico color atado en
triángulo recogiendo el pelo, y dándole todo ello una apariencia de más vejez
que la de su edad real.
Está protegida por un
paraviento, que parece que se lo va a llevar el aire, con una silla baja y dos
sacos al lado del fogón, uno de castañas y otro de boniatos, y un atillo de periódicos
colgados de un alambre.
Es la Castañera. Es la
imagen que tengo de la castañera que aparecía en otoño, y asaba las castañas y
los boniatos mientras exhalaba un vaho por su boca caso tan copioso como el
humo del fogón. La que vendía a "duro" la paperina* de castañas hecha
con rara habilidad con las páginas de un periódico cortadas en octavos.
La castañera indicaba
el frío, las castañas indicaban que el invierno estaba al caer, y la castañera,
no indicaba nada, pero era tan importante que la vida que sin su presencia era
inimaginable...y desapareció. Estuvo unos años, en los cuales la
mercantilización de las castañas hizo que "no fuera negocio" y dejé
de pasar inviernos...
Ahora, por suerte han
vuelto. No son tan ancianas ni están ataviadas en negro color, ni hace tanto
frío, ni el aliento se convierte en humo, pero han vuelto y por fin, de nuevo
podemos tener invierno, y, la verdad, ya era hora.
*De Joan
Mateu. joan@zarca.es
*paperina:
cucurucho hecho habitualmente en papel de periódico.
EL
OPTIMISMO ES EL OPIO DEL PUEBLO*
*Por Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
En el 2015 una mujer argentina llamó la
atención en las redes sociales por contar, de forma cotidiana, su convalecencia
por un cáncer de ovario que le había sido detectado tiempo atrás. María
Vázquez, en aquel entonces de 43 años, describió a través de su cuenta de
Twitter cómo el cáncer había hecho metástasis y que los médicos no le daban
mucho tiempo de vida. Lo singular de este caso, más allá de que la enferma
hiciera pública una situación que, usualmente, se oculta, fue cómo enfrentó el
cáncer: con ironía, a veces rabia, enojo, humor negro y, en los últimos meses,
asumiendo que no había esperanzas. Se burlaba de aquellos que le recomendaban
rezos, terapias alternativas o mantener una actitud positiva ante las dolencias
que se multiplicaban mientras se acercaba el final. Ella no se asumía como una
“guerrera” ni se identificaba con otras etiquetas que se le suelen poner a los
enfermos de cáncer. Simplemente era una mujer que compartía su enojo cuando había
pasado un mal día y no intentaba fingir sentimientos positivos cuando la
realidad iba, claramente, por otro lado.
Barbara Ehrenreich, bióloga y doctora en
inmunología celular, pasó también por la experiencia del cáncer, aunque pudo
sobrevivir. Después de que le detectaron cáncer de seno conoció, además del
procedimiento médico que se acostumbra, la industria que se ha erigido en torno
al cáncer, sobre todo en el caso del cáncer de mama, uno de los más comunes.
Ehrenreich se enfrentó a cientos de consejos, teorías y, sobre todo, símbolos
que la sociedad moderna ha vinculado con la convalecencia de las mujeres que
sufren esta enfermedad: lazos color rosa, flores, animales de peluche y, sobre
todo, la convicción de que la actitud positiva era fundamental para sobrevivir
al cáncer. Ehrenreich se introdujo, de esta manera, en el mundo del pensamiento
positivo o superación personal, etiquetas que se le ponen a las prácticas que
enseñan que “el cambio está en uno mismo”. Sonríe
o muere. La trampa del pensamiento positivo (Turner, tercera edición, 2018)
es el fruto del encuentro de Ehrenreich con esta industria millonaria que, para
muchos, es un divertimento inocuo, pero que factura miles de millones en todo
el mundo y, lo más peligroso, moldea la mente de muchas personas.
Sonríe o muere está dividido en capítulos que abordan las
prácticas de superación personal que se venden para “combatir” el cáncer; el
optimismo vuelto evangelio de la abundancia promovido por decenas de guías de
la nueva espiritualidad en Estados Unidos, en el mundo de las finanzas y hasta
en la academia. También hay un viaje en el tiempo para conocer los primeros
esbozos de la superación personal y los intentos de llevarlos a la práctica en
el siglo XIX, cuando el calvinismo aún dominaba a la sociedad norteamericana.
Mezclando investigación periodística, datos duros, entrevistas y experiencia
personal, la autora dibuja un mapa del pensamiento positivo y cómo evolucionó
hasta nuestro siglo. Llamado al inicio “nuevo pensamiento”, los primeros apóstoles
de este movimiento lucharon contra la idea del dios severo creado por el primer
protestantismo y lo sustituyeron con un dios amoroso que pronto fue
identificado con el universo, entre otros conceptos. Estas ideas pronto mutaron
y los nuevos ideólogos comenzaron a predicar que no existía el mundo material,
que todo pertenecía al ámbito del pensamiento, los buenos deseos, el espíritu,
la divinidad y las vibraciones benéficas. Esta teoría, incomprobable por
supuesto, pasó de generación en generación hasta llegar a los discursos de los
vendedores de superación personal de nuestros días.
Hay un elemento importantísimo que permitió
la popularidad de la superación personal: la esperanza de las personas por
mejorar su situación anímica o económica. En el capítulo 4, “Motivar el negocio
y el negocio de la motivación”, Ehrenreich describe cómo las grandes compañías,
desde la segunda mitad del siglo XX, aprovecharon las ideas del pensamiento
positivo para mantener a sus empleados motivados y, sobre todo, conformes. Con
el transcurrir del siglo las propuestas plasmadas en los primeros bestsellers
del género se volvieron más radicales. La prédica constante de que el mundo es
lo que uno desea y que nada puede resistirse a eso, sirvió para que muchos
trabajadores aceptaran recortes de sueldos, aumento de horas laborales o,
incluso, el despido. En este último aspecto –el desempleo– la superación
personal jugó un papel muy importante, ya que las personas dependían, cada vez
más, de las relaciones interpersonales para obtener un empleo o tener un
ascenso. El trabajador emblema del siglo XX –el oficinista de una gran empresa–
comprendió que tener un buen trato con las personas y cultivar el carisma
podían convertirse en una gran ventaja. Los nuevos empleos empezaron a tener un
fuerte componente de relaciones públicas más allá de las habilidades y talentos
de las personas. De esta forma, el yo aislado de la colectividad fue ganando
terreno y pronto las personas comenzaron a volverse emprendedoras de sí mismas,
marcas individuales que se venden de empresa en empresa gracias a la
flexibilización laboral que se implementó para que el trabajador no gane
antigüedad en su empleo y el patrón no tenga ninguna responsabilidad con él.
Esta situación que en el pasado hubiera provocado huelgas o protestas masivas,
fue mitigada por la venta masiva de libros de superación personal (muchas veces
regalados por las mismas compañías) y conferencistas –ahora llamados
motivadores o facilitadores en cursos de coaching– que les decían a las
personas que no importaba la realidad por más dura que fuera. La solución
estaba en desear lo mejor para uno mismo, llamar con el pensamiento a la buena
fortuna para ser prósperos.
Hay un aspecto tenebroso que forma parte de la columna vertebral del pensamiento positivo: el absoluto divorcio que se genera entre la realidad y los hechos. Esto se ejemplifica en el capítulo “Dios quiere que seas rico”. La autora hace un recorrido por las iglesias o templos más concurridos en Estados Unidos. Más parecidos a un centro de espectáculos que a un lugar místico, los templos se deshicieron de cruces y sermones, y los reemplazaron por charlas en las que se invoca la prosperidad material. Centrados en el Yo –“alcanza tus metas, sé un líder, define tu visión”– los apóstoles de la prosperidad utilizan los símbolos del cristianismo como meros fetiches empresariales. El pensamiento mágico es, por supuesto, individual y usa a Dios como una fuerza que monetiza las plegarias. El sentido de comunidad, en todo caso, sirve sólo para terminar de cohesionar a un rebaño que nunca cuestionará las reglas del éxito que se le enseñan. Quizás en Latinoamérica –todavía anclada a un catolicismo conservador y a tradiciones comunitarias mucho más enraizadas que las que existen en la sociedad estadunidense– aún no se percibe, en su máximo esplendor, el show mediático de los apóstoles del éxito. La superación personal en nuestros países, más bien, parte de lo secular y se hibrida con la temática new age de moda: religiones antiguas, exotismo ramplón, aromaterapia, cantos tribales, misticismo empresarial o cualquier filosofía oriental despachada en sentencias digeribles y aparentemente luminosas. Todo cabe si se le puede poner un empaque atractivo y, sobre todo, aspiracional. En un mundo que tiende a lo acrítico, este tipo de pensamiento se ha expandido hasta colonizar la mente y los deseos de millones de personas. Todos ellos, como una especie de masiva población primitiva, repiten los consejos que refieren sus prototipos del éxito porque, a través de las palabras, convocan una especie de energía siempre dispuesta a acudir a su llamado. Por supuesto, la realidad sigue reglas muy diferentes, pero eso no impide que los buscadores del bienestar sigan entregándose a la ensoñación.
Anselm Jappe, filósofo alemán y teórico de la nueva crítica del valor, en su libro La sociedad autófaga. Capitalismo, desmesura y autodestrucción (Pepitas de Calabaza, 1era edición 2019) refiere que estamos viviendo una época en la que las personas se han refugiado en el narcisismo como un modo de lidiar con la angustia y el vacío existencial. El propio capitalismo, liberado de cualquier modelo alternativo, es un Narciso que sólo puede ver su reflejo. Jappe refiere que, rebasados por un mundo cambiante e inestable –la realidad líquida a la que se refiere el sociólogo polaco Zygmunt Bauman– nos entregamos, como niños caprichosos, a fantasías de consumo y deseos que necesitan ser satisfechos casi de inmediato. Como esas fantasías encuentran límites muy pronto, surgen nuevas metas para cumplir. Las esperanzas suplantan, poco a poco, la realidad cotidiana. De esta forma el individuo, acicateado por la idea de que todo lo puede, se desprende de los hechos comprobables y se sumerge en un ámbito de autosatisfacción narcisista en el que siempre gana y que le sirve muy bien para disfrazar su realidad de trabajador explotado por otros. Como el cascarón vacío de una marca, sostenida sólo por un discurso triunfador, la persona se convierte en una tendencia a la que se tiene que imitar. Cree que vive en una sociedad libre, llena de oportunidades por aprovechar, cuando, en realidad, sólo responde a un algoritmo que le ofrece, en diferente orden, una serie de opciones que aguijonean su emocionalidad, su deseo de ser triunfador. Por eso responde muy bien a los mecanismos de las redes sociales pues, a través de ellas, construye un personaje que supera su círculo íntimo y lo exhibe en una suerte de vitrina para que la gente lo admire. Se graba haciendo ejercicio, llegando a la cumbre de una montaña, participando en fiestas con otras personas prósperas y repitiendo que no hay resultados sin trabajo duro. Cada selfie compartida lo acerca más a los modelos que le han vendido con eficiencia: artistas exitosos, leyendas del deporte, millonarios o emprendedores que le dicen cómo dominar al mundo empezando de cero. Esa aparente libertad, esa combustión que intoxica, lleva a la persona a expandir sus límites y a exigirse siempre más con la idea de que está a punto de llegar a la meta. “Cero excusas. Sólo resultados”, proclama Pepe Galván, uno de los emprendedores que llenan la red con sus promesas. En el más puro estilo conductista vende en su página una pulsera para mantener motivado al buscador de éxito. Una agenda le obliga a apuntar desde las 6 de la mañana hasta las 9 de la noche cada una de las acciones que lo llevarán a ganar millones. Si en el mercado laboral tradicional por lo menos hay un día de descanso, el aspirante a emprendedor tiene todos los días del año para lograr momentos memorables, metas cumplidas y “ser mejor que ayer”. Con la pila a tope y el acelerador a fondo, él se convierte en su propio capataz porque no se puede permitir el fracaso. Esa palabra, en el mundo del optimismo, está prohibida.
El filósofo Byung-Chul Han habla en su
libro La sociedad del cansancio
(Herder, 2da edición 2017) de un “exceso de positividad”. La filosofía
optimista, como parte fundamental del capitalismo reciente, siempre te obliga a
hacer algo, a estar en movimiento y nunca detenerte. “Hay que salir de la zona
de confort” dicen para que no se piense que se ha llegado a la cumbre. El
combustible que nutre esas acciones es un mundo emocional que desprecia la
razón y que, incluso, la condena como algo “negativo”. Hay un concepto
interesante que emplea Byung-Chul Han: la inmunidad. Si, en el pasado, había un
límite preciso para dejar fuera al enemigo, ahora el sistema inmune social
acoge cualquier práctica del mundo global: lo extraño ha desaparecido y estamos
en un territorio homogéneo. La lucha por imponer un sistema en la Guerra Fría
desembocó en un mundo unipolar, obediente del libre mercado. Lo dañino que
intenta vulnerar nuestras murallas caracterizado, a través del tiempo, de
distintas formas, terminó asimilándose a lo dominante hasta limar casi todas
las diferencias. Lo que antes se negaba o se oponía se convierte en una
reafirmación. De esta forma, sin un enemigo plausible e identificable, se
multiplicó lo idéntico. Por esta razón, el pensamiento positivo –vendido con
distintas apariencias para ofrecer la ilusión de libertad y de capacidad de
decisión–es, en realidad, un nuevo totalitarismo. Identificamos ese concepto
con los regímenes del ya lejano siglo XX profetizados en distopías como la que
imagina George Orwell en su novela 1984. Sin embargo, el autor británico nunca
previó que el Gran Hermano no sería un ente externo sino un elemento que, con
una apariencia positiva, se introduce en la persona hasta volverse parte de
ella. Vigilante y vigilado se funden en una misma mente. Entonces, sin amo ante
el cual rebelarse, la única opción para el inconforme es el silencio y la
inacción. Lo radical, como profetizó Bartebly, el héroe-antihéroe de Herman
Melville, es decir “preferiría no hacerlo”. Ese gesto, por supuesto, se
combate. Lo diferente se paga con el aislamiento
El pensamiento positivo requiere que todo
se integre, cualquier comportamiento fuera de esa norma es motivo de sospecha.
Si Jeremy Bentham ideó el panóptico como el modelo perfecto de cárcel dentro de
una sociedad disciplinaria, un modelo –retomado después por Michel Foucault– en
el que el preso es observado en todo momento sin que se dé cuenta, la sociedad
de la autosatisfacción sin límites necesita que el individuo siempre quiera más
por su propia cuenta, sin necesidad de carceleros, hasta llegar al límite físico
y mental. El burnout o estrés laboral
–la enfermedad de nuestros tiempos junto con la depresión– es paliado con
estrategias de coaching que refuerzan
la dependencia de la persona a la misma serie de estímulos intangibles que la
llevaron al colapso: actitud, disciplina, sacrificio, empatía acrítica,
optimismo a prueba de cualquier hecho. Si la cocaína –el estimulante más
representativo de la hiperproductividad de finales del siglo XX– crea
dependencia por la interacción química que realiza con quien la consume, el
pensamiento positivo crea su adicción gracias a que lucra con la emotividad y
las esperanzas en momentos de crisis. En medio del vacío de nuestra época, las
personas buscan remedios imaginarios para ser aceptadas y significar algo en
medio de una maquinaria que reduce al individuo a una serie de decisiones
intrascendentes y efímeras. El consumo, en este caso, es enfermedad y cura. Por
eso el camino del pensamiento positivo es circular e imita la obsolescencia
percibida de cualquier producto: en el mercado de satisfacciones siempre hay
algo más innovador para consumir y tratar de saciar expectativas que, por su
naturaleza, son insaciables. Y por eso los buscadores del éxito siguen negando
una realidad que los desestabiliza y regresan a los discursos confortables,
suavemente aleccionadores, a los espacios diseñados para calmar su ansiedad en
un entorno volátil y lleno de riesgos. Una vez recuperados, aunque sea a
medias, se lanzan al ruedo del éxito profesional y del rendimiento. El
optimismo es tan ubicuo que, incluso, sus componentes coercitivos se insertan
en sistemas que parecen muy lejanos al capitalismo en el que ha prosperado y
echado raíces. En la primera novela de Milan Kundera, La broma, publicada en
1967, se cuenta la historia de Ludvik Jahn, un universitario perteneciente al
Partido Comunista de Checoslovaquia. El joven escribe en una postal, sin saber
los problemas que le acarreará: “El optimismo es el opio del pueblo. El
espíritu sano hiede a idiotez”. A partir de ese dicho en apariencia inocente,
el joven vivirá una persecución por parte del sistema. Disentir en un sistema
totalitario es casi una condena de muerte. La risa –como se muestra en la
novela El nombre de la rosa de
Umberto Eco– es una crítica a lo uniforme, una manera de cuestionar un poder
monolítico y por eso debe prohibirse. En el capitalismo actual, un modelo que
promueve una supuesta libertad para llegar al éxito, un ecosistema que no tiene
límites para los emprendedores, apartarse de la dictadura del optimismo
equivale a un exilio parecido al que sufren los disidentes de cualquier
dictadura. No es, por supuesto, un exilio físico. Las cárceles de la modernidad
actual no tienen paredes y el aislamiento se vive en silencio.
-Fuente: https://literalmagazine.com/el-optimismo-es-el-opio-del-pueblo/
-Alejandro
Badillo. (Ciudad de México, 1977)
-Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad
Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros
Magenta) y Por una cabeza (Premio
Nacional de Novela Breve Amado Nervo).
Recientemente ha publicado:
“La Habitación Amarilla” (cuentos) por
Editorial BUAP. -2021-
“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-
Callado*
Lo que queda de nosotros son huesos que,
desenterrados, nunca han perdido su forma
aún resecos. Con las maderas que fueron
de un mismo tronco no pasa eso, el calor
las retuerce y algo innombrable las decide
por separado qué forma distinta tomar, y,
si son presionadas crujen hasta rajarse,
entonces recordamos que él árbol era
derecho al ser derribado, eso, creo,
nos dice que cualquier vida duele,
que todo dolor encuentra su grito.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
Caverna*
No es que seamos del todo inconscientes
de nuestra heredada condición de oscuros
y resignados habitantes sedentarios
en la caverna que pintó el filósofo.
(Aunque disimulemos, no ignoramos
que sombras sólo son, y no otra cosa)
Pero es más fácil permanecer quietos
sentados en silencio frente al muro
contemplando esas figuras móviles
y sus exuberantes maniobras.
Es más cómodo ver pasar las horas
sin esbozar un gesto, sin silbar una nota,
sin mirar hacia el sol -siquiera de reojo-
(porque la luz abrasa la retina).
Y si alguno levanta la cabeza,
si alguien susurra o canturrea,
si alguien grita que existen las estrellas,
entonces le miramos con desprecio,
le escupimos con furia, le arrojamos
las virulentas piedras de la ira
o el amargado esputo del silencio.
(No importará si el díscolo insurgente
es nuestro propio hijo, nuestra sangre,
el magma inmaterial de nuestra entraña).
Para preservar nuestra mentira
-nuestra tiniebla de imágenes fugaces-
le acuchillaremos ritualmente;
después veremos su sangre derramada
como si fuese otra, como si sólo fuese
la lava redentora de los dioses,
el fulgente licor de sus ensueños
-otra figura más en la pared bailando-.
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
- Por
si mañana no amanece.
*
Me horroriza la gente
que por sus paranoias personales o sus inventos ideológicos da por hecho algo o
la negación de algo. ¿Quiénes somos nosotros, pobres infelices, para creernos
poseedores de la verdad, no importa cuál sea y que esa verdad sea denigración o
calumnia hacia amigos o enemigos? Así nos va, no sólo a este pobre país, sino a
este pobre mundo.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
PARE
DE SUFRIR*
La foto de los galpones sin techo, donde se
guardaban locomotoras.
Fotografía de la remota época donde el
humo, las neblinas y los tonos de gris en las películas se llevaban de la mano.
Como su padre que lo llevaba de la mano con
el cigarrillo colgando de la boca, mientras se tomaba un descanso de su mundo
de trabajo donde casi todo era un “hacer” concreto.
Entonces el hombre volvió a ver otras fotos
de su padre, el cigarrillo colgante, esa fuerza de lucha que parecía imposible
de doblegar aún por el tiempo, ese gigante. En ese día que era el del
cumpleaños de su padre siguió pensando en esa época de la sociedad del humo,
donde en las fábricas se trabajaba. Donde el trabajo era tan visible como el
hollín en la ropa de los trabajadores. Usando esa vaga excusa para seguir con
su mente apresada por la feroz melancolía, el hombre se subió al tren con
destino a José Ramón Sojo. Sentía la vocación del paleontólogo que quiere
reconstruir al dinosaurio a partir de unos huesos enterrados. Quiso entonces
imaginar al ferrocarril y quizás al mundo de su padre y de muchos hombres como
su padre, desde ese edificio que en la foto son paredes sin techo, con cardos y
pastos crecidos en su interior donde antes descansaban las bestias negras de
panza de fuego que vio pasar en su infancia.
Como cualquier otro, el hombre teme a la
frustración y más aún al desencanto. Teme que ni siquiera eso exista, que la
ceremonia inconsciente que lo motiva ni siquiera pueda concretarse. Arrastra
demasiados caminos equivocados, y una edad en que la ilusión ya no lo lleva,
como acaso antes ocurrió, todos los días a deseos posibles.
Él sabe que los días de lluvia son sus días
libres, para viajar o para intentar alguna aventura como la de aquel día,
visitar un galpón abandonado en un lugar donde años antes de la vuelta del tren
sólo había campos, "población rural dispersa" según leyó en el último
censo.
Al menos, aunque no lograse realizar su
trabajo de resucitador de pasados fabriles, si la tormenta no amainaba, el
hombre esperaba al menos encontrar un bar en la estación para hacer notas en su
cuaderno de andanzas.
El tren y el viaje son un modo de suspender
algo y entregarse al azar del destino.
Hay cosas muy locas, piensa, mientras anota
en su cuaderno la pintada sobre la pared blanca que lee con la mirada virgen
del recién llegado al bajar del tren:
"No dejes que tu vida la maneje un
robot."
Decidió bajar del tren, a pesar de la
decepción de hallar un andén devastado por una vejez que no distorsionaba ni la
cortina de lluvia de esa tarde de abril. Con lentitud el hombre siguió
caminando bajo la lluvia en un sendero asediado por el barro y el pastizal.
“Estos tipos al menos podrían haber
construido una vereda desde la estación”, pensó, “o quizás es a propósito, no
les interesa”
Pensó que, si hubiera sabido que estaría
caminando bajo la lluvia, solo, en un sendero donde iba embarrando los zapatos,
si lo hubiese sabido de antemano, quizás hubiera seguido arriba del tren hasta
un pueblo amable, que al menos tuviera un bar para tomar un café protegido de
la lluvia, y donde pudiese intentar escribir algún título (al hombre sólo le
salen títulos, los escritos nunca los logra)
Al final del sendero hay una edificación.
Hay un portal de entrada con grandes carteles, y una garita donde una especie
de portero o vigilante le hace señas de que pase, que vaya hacia el interior, que
las visitas son bienvenidas.
Ojalá fuera un museo ferroviario, se dice
el hombre, pero es un templo de alguna forma de esas modernas religiones que
intentan reemplazar a las antiguas.
Hay una consigna que se lee a poco de
entrar, en un cartel que se prende y apaga en múltiples lucecitas de colores
como las de los bingos:
"NUESTRO DIOS NO CASTIGA, SÓLO LIBERA"
Y más abajo, en letras luminosas algo más
pequeñas: "Todos son bienvenidos"
En la gran nave silenciosa ve a un pastor
electrónico parado detrás de un atril, con un dispositivo para comenzar en el
momento justo en que ingresen fieles. El buen robot de aspecto humanoide
comenzó a darle palabras de bienvenida al percibir su presencia. El hombre no
quiso oírlo y se hubiese ido en ese momento, si no fuera por la curiosidad de
observar que hay filas de bancos provistos con anteojos de realidad virtual
para cada fiel que se siente allí. Frente a la línea de bancos también se
despliegan tableros verticales con botones que dan opciones para elegir
diferentes tipos de sermón del robot pastor:
La misión universal del señor.
Sanación angelical.
Oraciones a los 7 arcángeles.
(Y otros a los que el hombre elige negarles
el acento de una mirada)
En un lateral, por encima de ornamentos e
imágenes sagradas hay un cartel que advierte: absolutamente prohibido fumar en
el interior del templo.
Ahora si siente, sin tener claro un por qué, cómo se derrumba en su interior la edad del humo. Siente de súbito cómo caen las chimeneas, desaparece el hollín, se precipita el cigarrillo colgado de la comisura de la boca de su padre mientras no para de trabajar. Es el fin de este lugar que nunca más tendrá vaporeras. El símbolo que anuncia la muerte de la época en que el hombre nació y creció.
**
Lo único humano era el portero de la
entrada grande que saludaba en su garita, y ese hombre está tan solo, que por
hablar un poco y sin que le pregunte, dice que un pastor emprendedor construyó
el templo con dinero llegado desde otro país. Los fieles vienen de todas partes
y a cualquier hora, pero hay horarios de reuniones que usted puede ver en la
tablet. El portero despliega en su ordenador portátil la grilla de horarios y
descripción de eventos, entre los que el hombre puede leer:
-Reunión de casos imposibles: Todos los
sábados a las 18 horas.
Ahora el hombre puede levantar la mirada.
Terminar de aceptar lo que leyó en el gran cartel del pórtico de entrada a la
nave del antiguo galpón de locomotoras devenido en iglesia robótica: "Pare
de sufrir en José Ramón Sojo"
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/
Próxima estación por
antiguo ferrocarril Midland:
LIBERTAD.
-Final del recorrido
literario por el Ferrocarril Midland-
En Libertad,
la antigua sede de los talleres ferroviarios estará terminada la aventura
literaria del antiguo Midland. Desde Marinos –una estación relativamente joven-
hay un tren real –el Belgrano Sur- que puede recorrerse hasta Aldo Bonzi en el
tramo original del Midland para continuar por las vías que fueron alguna vez
del Compañía General Buenos Aires hasta la estación Sáenz.
Queda renovada la invitación a participar
en la última estación del Midland literario. Que la utopía del tren literario
no se detenga y haya fuerza demencial literaria para seguir adelante con el
extenso recorrido del Provincial.
InventivaSocial
Plaza virtual de
escritura
-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
Blog histórico &
archivo:
https://inventivasocial.blogspot.com/
https://twitter.com/INVENTIVASOCIAL
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