LO IRREAL INTACTO EN LO REAL DEVASTADO.

 


*Dibujo de Erika Kuhn.

https://obraerikakuhn.blogspot.com/

 

 

 

 

 

 

 

 

Teo*

 

¿Hay dios? La pregunta, formulada

mientras cae una pelota de goma

escalón por escalón hacia la calle,

suena cierta en tu imaginación,

pertinente.

No sabés por qué formulaste la pregunta

cuando en tu cabeza la pelota de goma

rebotaba de escalón en escalón.

y mientras probás construir la imagen

de una puerta situada al final de la escalera

-un manchón de luz- tenés la certeza

de que la pregunta se extingue

aunque la pelota no deja de rebotar

y no llega nunca a la puerta.

 

*De Jorge Aulicino.

(11 de agosto de 1949 - 21 de julio de 2025)

http://campodemaniobras.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Aprendizaje*

 

Cambió el jardín de casa como cambia la vida,

recuerdos de plantas muertas y sueños rotos.

Pero hoy he enterrado los esquejes de rosas,

dos yemas bajo tierra con miel en los cortes

contra las plagas. De nada sirve la nostalgia

del tiempo en que bullía la savia en las plantas

y los sueños languidecían de agobio y salario.

Las plantas muertas han sido reemplazadas

por otras. Es agosto y espero la primavera

confiado en la única utopía que nunca falla.

De diez esquejes podrán brotar siete u ocho,

dos o tres morirán sin yerro de la primavera.

Pero esos nunca fueron parte de la realidad

sino de mis sueños, aprendí a soportar mis

errores de cálculo sin echar la culpa a nada.

 

*De Horacio Martín Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 




 

 

 

DESENCUENTRO*

 

I

Ella sueña

Con un hombre que llega

                           para quedarse.

El sueña

con un tren que parte.

 

II

Ella sueña

Con la palabra amor.

El sueña

Sin entrar en detalles.

 

III

Ella sueña

Con un lago azul donde bailar

                             con su amor

El sueña

Con la nave que va.

 

IV

Ella dice adiós

Con un pañuelo mientras el tren se va

Él dice adiós

Con las manos en los bolsillos.

 

V

Ella camina

Y todo lo convierte en color

El camina

Por un descolorido mapa.

 

VI

Ella canta

Antiguas canciones.

El silba un tango.

 

VII

Ella mira

Por la ventana llover

Sobre los techos de la ciudad.

El camina

Por las mojadas calles del recuerdo.

 

VIII

Ella paso por él

Y ahora solo cae.

El

Es un abismo.

 

IX

Ella creé que vale la pena

Luchar por un gran amor.

Él ya sabe

Como termina la historia.

 

X

Ella no sabe

Porque están juntos.

El tampoco.

 

ENCUENTRO

Ella

Creé que él

Es igual que ella.

El

Creé que ella

Es igual que él.

 

*De Carlos Norberto Carbone.

 

 

 


 

 

 

 

 

 

DE LOS AIRES DE LA CASA*

 

Las historias de Arlt, hasta las más osadas,

fueron anidando en esta habitación y en la contigua,

que da al patio y ostenta una ventana despintada,

que ya no cierra bien. Todas, hasta algunos

aguafuertes, que buscan la mandíbula o el costado

flojo. Una habitación quizá como cualquier otra,

pero dispuesta a escuchar a Kafka y Dostoievski

y a los ecos dolidos de Ungaretti que se filtraron.

Una habitación que hizo su camino en medio

de esta casa, con sus puertas, su alta claraboya,

sus secretos, y sus canteros para que crezcan

las matas y flores de los aires nuevos bajo el sol.

 

*De Eduardo Dalter.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Infierno*

  

Hay voces que aseveran que el infierno

es la repetición infinita de determinados gestos,

como despertar cada mañana sin nadie entre las sábanas,

certificar tu ausencia en todos los rincones de la casa,

desayunar sin tu sonrisa frente a mí, ir al trabajo

con la oscura convicción del inútil regreso

porque al regreso tampoco vas a estar, ni tus canciones

van a poner la nota de alegría necesaria

que me permita escapar un día más a la locura.

 

Cualquier mesa es demasiado grande si uno come solo.

No se puede conversar con los recuerdos.

 

Y la noche, la noche que alguna vez fue cómplice,

la noche que acogió nuestras quimeras,

la noche que nos condujo por calles nunca vistas

y veló nuestro sueño entre vastas carreteras

que siempre conducían, que nunca extraviaban;

la noche que amparó los momentos más dulces

hoy es tan sólo el testimonio de un vacío.

 

Y una vez más, como en una secuencia interminablemente repetida,

dejarse arrastrar a la inconsciencia de los fármacos

 

sin poder evadirse a la certeza

de los días vencidos, de las tardes calladas,

el incoloro deambular entre plazas olvidadas

los restos calcinados de los parques de otoño.

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

https://sergioborao2011.blogspot.com/2025/08/infierno.html?

-De Destierro. Poemas de @S_Borao_Llop

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL CORREDOR DE BIENES RAÍCES*

 

Supongamos que ninguna de estas casas sea real, que esta cama no sea real sino un invento de mi propia imaginación, materializada por los poderes telepáticos e hipnóticos de los marcianos…

Crónicas Marcianas

Ray Bradbury

 

Estaba apoyada en la baranda, saboreando un jugo de naranja, cuando lo vio acercarse. Su sonrisa no logró convencerla, ella no se dejaba timar por los vendedores ambulantes; aun así, como este le recordaba a su actor favorito, decidió escucharlo… Se creía preparada para todo, ¡pero nada menos que venía a proponerle la compra de un terreno en Marte!

No saben qué inventar, pensó mientras le dejaba abrir el portafolio y extraer modelos de contratos, hablar de las bondades de la nueva colonia que pronto se establecería, rodeada de comodidades, sin impuestos, con cláusulas de protección, todo un paraíso a cambio de una pequeña inversión:

-Lo que se persigue es poblar el planeta, no la obtención de beneficios -le dijo el vendedor mientras le alargaba un catálogo-. Compruébelo usted misma.

- ¿Y con eso pretende que me trague su cuento? –respondió airada.

Le volvió la espalda y cerró la puerta de un tirón. ¡Capaz que tuviera fotos de pretendidos paisajes marcianos, con marcianitos y todo! Ni que fuera a arriesgar su dinero por un truco de Photoshop.

Esa tarde vinieron a verla sus dos vecinas, solteronas como ella, pero que aún no aceptaban su condición con el debido decoro.

-¿Firmaste el contrato del corredor de bienes raíces? –preguntaron a coro, alborotadas como gallinas en celo.

-¡No me van a decir que se dejaron arrastrar a tamaño disparate! –no podía creerlo-. ¿Un terreno en Marte?

-Terreno solo no –aclaró la de la casa de la derecha, más maquillada que de costumbre-, por un poco más de efectivo… no mucho, nos garantizó la construcción de un chalet. Como compramos parcelas aledañas, preparamos unos Martini y nos sentamos para que nos ayudara a elegir el modelo de uno de sus catálogos.

- ¿Martini… ustedes dos, con un desconocido? –preguntó, pero la vecina estaba demasiado entusiasmada, o se hizo la sorda.

- ¡Escogimos uno ultramoderno, con jacuzzi, piscina e invernadero! Él estuvo muy profesional, muy afable…

-Además, ¿no viste que se parece a Jack Nicholson? –dijo la de la casa de la izquierda con los ojos casi en blanco.

- ¡Ustedes están locas! Dejarse embaucar por un papanatas, solo porque tiene las cejas como Nicholson... –por segunda vez en el día dio un portazo, si seguía así le iba a subir la presión.

Se llamó a la calma, en fin, no era su capital el que estaba en juego. Tampoco quería enemistarse con ellas, no eran dos lumbreras, pero mal que bien tenía con quien jugar una partidita de canasta de vez en vez. Al haberlas dejado con la palabra en la boca creía haber zanjado la cuestión…

No hubo manera de reanudar los juegos de cartas, ni siquiera las inanes conversaciones sobre el clima y las telenovelas. A partir de aquel aciago día, todo era hablar de las ventajas de la colonia marciana. Aquello parecía un cuento de Bradbury.

Optó por ir a pasar unas vacaciones en casa de su hermana, lo suficiente para que se aplacaran los ánimos, las histerias, las solteronas en celo y, sobre todo, que se descubriera la estafa.

Regresó un sábado, dos meses después, justo a tiempo de ver a sus vecinas subir a la lujosa nave espacial, mientras dos azafatas verdes, de enormes ojos sin pestañas, le hacían guiños al corredor de bienes raíces, que entornaba sus cejas estilo Nicholson desde la ventanilla del piso más alto.

 

*De Marié Rojas Tamayo

La Habana. Cuba

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

THE TRAILER PARK*

 

En la parte trasera del viejo pinar

a seiscientos metros

de un exclusivo campo

de golf, como

oculto por los arbustos

se asienta un menesteroso barrio

de hogares móviles,

y gente como tú o como yo,

a quienes la pobreza

los empujó a vivir en jaulas,

amontonados

como bolsas de basura

desechados por la sociedad

llevan el día a día de sus vidas

sin mirar hacia el futuro,

porque si miran,

ven solo puertas cerradas,

a jueces con caras duras, barrotes,

y a un fabuloso campo de golf

que muy pronto, los empujará

por el precipicio.

 

*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es

Columbus. Ohio

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ESTACIÓN DEL DESENCUENTRO*

 

 

ESTACIÓN EN SEPIA

 

Tras una ventana desnuda. El mar espía el torso de la mujer.

El hombre tras dos ventanas en ocre, lamira y la desea.

La mujer, tras sus dos ventanas en sepia, siente la soledad del mar

Sostiene la desnudez de la ventana y su espalda sostiene la nostalgia.

 

ESTACIÓN DE LOS TEMBLORES

 

Un hombre, trémulo, permanece quieto. La ventana se mueve.

Piensa, si ella se volverá a mirarlo.

La mujer se estremece y piensa que él viento marino le respira la nuca.

Piensa, si alguna vez, él volverá.

 

ESTACIÓN DE LA PLENITUD

 

El hombre sabe, que el mar no la abriga como lo hace su abrazo.

El mar, la quiere, plena, entre sus brazos.

La mujer recuerda el hombre de los ojos de mar.

Siente que ambos, son inalcanzables.

 

ESTACIÓN DEL DESENCUENTRO

 

El hombre cavila y retrocede.

Cree que imaginó sus glúteos de manzana verde.

La mujer cree que soñó con el hombre que le brota por los ojos.

Salta y avanza. Las luciérnagas apagan la noche…y la espera.

 

*De Amelia Arellano.

San Luis

 

 

 






 

 

 

Un poeta de la Era Shōwa *

 

Takahama* vio que todo en el viento era un haiku

pues ─seguramente─

el otoño desprendía cosas de las cosas

como el haiku desprende

musgo de los versos

hasta que vuela la mariposa.

En las Mil Casitas de Liniers viste

una mujer en una ventana y creíste

que se asomaba en un altillo. En la distancia

dirías que era la ventana de un altillo,

pero en todo caso era una ventana alta, anochecía,

las hojas secas no volaban del árbol,

─tal vez no había viento─,

todo estaba inmóvil a punto de haiku.

La ventana se recortó con la silueta de la mujer

madura quizá, íntima y por eso misteriosa

en el ambiente neblinoso de aquel barrio,

desprendida de la continuidad,

como la mariposa de Takahama.

 

* Kyoshi Takahama (1874-1959).

 

*De Jorge Aulicino.

(11 de agosto de 1949 - 21 de julio de 2025)

-Fuente: https://opcitpoesia.com/tag/jorge-aulicino/

-El capital. La lírica (Buenos Aires, Barnacle, 2024)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

REMANENCIA*

 

*René Char

 

¿Qué te hace sufrir?

Como si se despertara en la casa sin ruido el ascendiente de un rostro al que parecía haber fijado un agrio espejo.

Como si, bajadas la alta lámpara y su resplandor encima de un plato ciego, levantaras hacia tu garganta oprimida la mesa antigua con sus frutos.

Como si revivieras tus fugas entre la bruma matinal al encuentro de la rebelión tan querida, que supo socorrerte y alzarte mejor que cualquier ternura.

Como si condenases, mientras tu amor está dormido, el pórtico soberano y el camino que lleva a él.

¿Qué te hace sufrir?

Lo irreal intacto en lo real devastado.

Sus rodeos aventurados cercados de llamadas y de sangre.

Lo que fue elegido y no fue tocado,

la orilla del salto hasta la ribera alcanzada,

el presente irreflexivo que desaparece.

Una estrella que se ha acercado, la muy loca, y va a morir antes que yo.

 

-Versión de Jorge Riechmann-

*René Char. https://es.wikipedia.org/wiki/Ren%C3%A9_Char

 

 


 

 

 

 

 

*

 

Ella estaba acostada, oyó el ruido de la puerta al cerrarse, sintió las manos que la recorrían. Freud dijo que uno no es responsable de sus sueños y recordando eso fue más allá de lo que nunca hubiera imaginado. En la cama encontró una nota al despertarse: "Sueña usted que es una maravilla, señorita, que sus sueños no queden solo para su psicoanalista".

 

*De Cristina Villanueva.

(a su memoria)

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 


 

 

Estación Altamira*

 

Hacía apenas tres días que Laurita se había mudado al campito de su abuelo, donde pasaría sus vacaciones de verano. Y la verdad sea dicha, ya se sentía bastante aburrida. Con sólo pensar en las semanas que le quedaban por delante para regresar a su casa, aumentaba su melancólico mal humor. ¿Por qué la habían castigado de esa manera sus padres, yéndose de viaje a conocer la Isla de Pascua en una segunda, y acaso inútil, luna de miel? ¿Por qué, mientras sus padres simulaban la alegría que no transmitían, ella debía padecer aquel solitario tormento? Por más que lo rumiase, a pesar de la notable inteligencia que había desarrollado para sus escasos once años de edad, le era imposible comprender cualquiera de aquellas decisiones.

Deambulaba por los alrededores sin demasiado entusiasmo. El paisaje la fastidiaba. Extrañaba ver televisión, jugar de vez en cuando con la computadora de su hermano, encontrarse con sus amigas para bailar y chusmear, como cualquier chica de su edad; o sólo quedarse en su casa, escribiendo en su diario, improvisado en un cuaderno universitario de espiral que le donase al descuido su papá.. Aquí, en cambio, alejada en exceso de su protectora cotidianeidad, todo la inducía al sopor. Por más que le fascinara la lectura, placer que heredara con orgullo de su padre, y gracias a quien llevase consigo de vacaciones varios libros de cuentos y alguna que otra novela, no conseguía concentrarse. Aquel había sido el último intento que su papá utilizara para convencerla de pasar aquella temporada con los abuelos: que disfrutaría de leer, trepada en las ramas del frondoso árbol de la estancia, sin realizar acrobacias, o quizá sentada entre sus mullidas raíces, cubiertas de vegetación.

No había caso: el campo la deprimía.

El abuelo había comprado aquel terreno cuando su papá era muy joven, ni bien clausuraran el ramal ferroviario de trocha angosta que solía atravesar aquellos campos. Por entonces, desbordantes vagones de carga desfilaban delante de la otrora estación, edificio que actualmente constituía parte de las edificaciones de la estancia familiar. En ese sentido, su abuelo era un purista; había mantenido intacto el carácter tradicional del inmueble, conservando ciertos detalles propios como las campanas, las inscripciones en determinados carteles, las ventanillas… ¡Con decir que la antigua boletería se había transformado en su estudio particular, y la oficina del Jefe de Estación en su propio dormitorio!

Aquellos detalles resultaban superfluos para Laurita. Ella era curiosa por naturaleza, aunque su atención no pudiese mantenerse en pie mucho tiempo. Se cansaba rápido de las cosas, por lo que se aburría seguido. Por eso, a los tres días de estar en el campo, ya había recorrido todo lo que le resultara de interés. Tendría que hallar algo que la sorprendiese de verdad, a fin de no pensar seriamente en colarse en el primer vehículo a motor que apareciese por allí, ocultarse debajo de alguna manta o cajón, y fugarse hacia Buenos Aires, a la casa de alguna amiguita o pariente que la ocultase con excesiva discreción; ya averiguaría dónde.

El hecho sorprendente llegó de la mano de Teresa, la cocinera de la estancia, mujer enorme tanto de cuerpo como de corazón. La mañana del cuarto día, al comprobar la mirada triste que Laurita lucía por encima de la humeante taza del desayuno, Teresa se le acercó por detrás y le susurró:

—Una niña tan seria y bonita no podría andar por ahí con esa cara si supiera el secreto que yo sé…

Laurita la miró, apenas motivada frente al conocido tedio que la aguardaba durante el resto del día. Teresa continuó:

—Y los secretos, si son compartidos con ciertas personas especiales, se vuelven mágicos…

Aquello venció cualquier barrera de sospecha. Durante varios minutos hostigó a preguntas a aquella entrañable mujer, sintiendo cómo se desperezaba su inquieta curiosidad. Teresa, luego de hacerse desear, le narró la antigua historia que circulaba por aquellos pagos desde hacía varias décadas.

A escasos doscientos metros de la casa, donde las densas ramas de los árboles crecieran formando un protector túnel vegetal, se extendían en el pasado los rieles de la trocha angosta del antiguo ferrocarril. Allí mismo, tiempo después de haberse cerrado aquel ramal, comenzaron a ocurrir cosas muy extrañas. Misteriosas luces se veían en las noches de luna llena, distantes silbatos de tren, locomotoras que se oían acelerar en medio de la noche… La peonada despertaba siempre asustada hasta los huesos. Todos afirmaban que un tren fantasma surgía del olvido, negándose a detener su marcha, a pesar de las decisiones humanas. Sólo algunos valientes podían acercarse y jactarse de haberlo visto, a riesgo de parecer mentirosos. Pero para ello, había que llegar hasta el lugar de la mano de alguien que supiera las palabras mágicas para convocar a los espectros.

—¿Y cuáles son? —exclamó Laurita, fascinada, olvidando el desayuno, mientras escuchaba atentamente a Teresa.

—Hay que pararse debajo de la Cruz de San Andrés y repetir las palabras mágicas que rezan en ella, haciendo caso de cada una de sus advertencias. Pero una niñita de ciudad como vos no tendría que ir sola. Podría acompañarte yo, una de estas noches. Claro que, mientras esperamos el momento de ir, vos a cambio podrías ayudarme con algunas cosas que tengo que hacer en la estancia. Juntar los huevos en el corral, por ejemplo…

Con tal promesa, Teresa consideró que la mantendría ocupada durante unos días, mientras iban pasando las vacaciones, retrasando la fecha del futuro encuentro espectral. A Laurita, en cambio, el arreglo no la convenció para nada. Sin embargo, ya conocía el hecho fundamental: el corazón del secreto y la clave para acceder a él. Había diseñado su propio plan. Sólo hacía falta que se hiciese de noche para escabullirse sin ser vista.

La emoción la carcomió durante toda la tarde. Las horas se demoraban pegajosas, y a diferencia de lo que Teresa esperase, la niña no volvió a mencionar aquel tema. Para cuando cayó el sol, la mujer creyó que su estrategia de entretenimiento no había dado resultado, así que mantuvo silencio.

Laurita aguardó hasta que todos se hubieran acostado, y ni bien dejó de escuchar los habituales ruidos que realizaban sus abuelos por las noches, escapó de la habitación en puntas de pie, abrigándose con un saco abierto por encima de su camisón, calzada con sus resistentes ojotas todo terreno, y saliendo de la casa por la puerta de la cocina. Se alejó varios metros, y recién entonces encendió la pequeña linterna que se había traído de Buenos Aires, caminando sin prisa hacia la enramada, bajo la tenue mirada de las estrellas.

Soplaba una brisa fresca que apenas agitaba las ramas de los árboles. Aquel rumor la inquietaba, aumentando esa sensación de soledad que le sobrevino de golpe, aunque al mismo tiempo impulsándose hacia la aventura; como si lo desconocido muy pronto le deparase una sorpresa inimaginable.

Avanzó entre los pajonales y la enramada del túnel vegetal, adivinando los ruinosos restos de la vía, carcomida por el óxido y casi sepultada por el polvo acumulado por los años, hasta detenerse delante de la antigua señal, cuyo poste –milagrosamente- aún se conservaba de pie.

Aquello debía haber sido un paso a nivel, el cruce entre la vía férrea y acaso algún camino municipal. Allí permanecía, incólume, la cruz oblicua, con sus letras aún legibles, inscriptas en cada uno de sus brazos. Laurita respiró hondo, expectante ante la perspectiva de lo siniestro. Fijó con firmeza el haz de la linterna sobre la señal, confiando en realizar los pasos necesarios para convocar la presencia de los espíritus viales, y recitó en voz alta:

—“Cuidado con los trenes” ……Claro que tengo cuidado, aunque ya no pasen por acá… “Pare”, estoy parada, “mire”, miro para un lado y para el otro, “y escuche”, a ver, qué se escucha……

La brisa susurró entre los árboles otra vez, quizá evocando alguna misteriosa conversación, proferida en un idioma incomprensible. Por un instante, más allá de los quejidos de algún cerdo trasnochado en los corrales, nada se escuchó. Laurita sintió que comenzaba a hacer frío. Se estremeció. Entonces, proveniente de territorios desconocidos, creyó escuchar el agudo silbato de un tren.

Contuvo la respiración, temerosa de moverse, aunque un impulso la llevó a mirar de nuevo en ambas direcciones. Sólo al reparar varias veces sobre uno de los extremos de la enramada consiguió divisar, en los confines del horizonte, la débil luz amarillenta de un faro de locomotora.

Se le aceleró el corazón. Comenzó a reírse entre dientes, sin motivo, víctima de su propia travesura. El faro se acercaba veloz, demasiado como para que aquella luz perteneciese a una locomotora real… Y de pronto, la brisa se transformó en un violento ventarrón que agitó las ramas con violencia, asustándola aún más. El viento le golpeó la cara, despeinándola hacia atrás, obligándola a entrecerrar los ojos. Entonces, una negra e imponente locomotora, con el número 0410 inscripto en enormes caracteres blancos debajo de la ventanilla de la cabina, se le apareció a pocos pasos de sus propios pies, con el ardiente vaho de su motor diésel quemándole la cara.

Laurita gritó, pero no consiguió escucharse por encima del tronar del silbato y el chirriar de los frenos sobre unos rieles misteriosamente relucientes, extraídos de algún otro ramal en servicio activo. El motor regulaba constante mientras la formación recorría los últimos metros hasta detenerse por completo, con el clásico chasquido del entrechocar de los vagones. Y en ese último tramo de recorrido, Laurita contempló azorada hacia el interior de la formación.

Dentro, hombres y bestias se debatían en caótico desenfreno. Una luz espectral se derramaba sobre ellos, emergiendo hacia aquella virgen enramada pampeana. Los caballos coceaban los asientos de madera que aún quedaban en pie, haciéndose lugar, girando sobre sí mismos, mientras hombres y mujeres, semidesnudos, con los brazos extendidos hacia delante y las caras aterradas, intentaban eludir aquellos briosos cuerpos, deseando escapar de un destino prefijado de antemano. Relinchos y alaridos ensordecieron la noche, junto al extraño entrechocar de sables y martilleo de armas de fuego, mientras una voz, amplificada por parlantes, ordenaba:

 “¿Quiénes son tus compañeros, hijo de puta? ¡Hablá de una vez! ¿O querés un poco más de `submarino seco´? ¡Hablá!”

Un destello eléctrico. Olor a carne quemada. Y esos alaridos…

La cabeza de un caballo, con ojos desorbitados, ollares dilatados, y dentadura al desnudo, asomó por el hueco de la ventana faltante de la puerta más cercana a Laurita, quien temblaba como una hoja, a punto de orinarse encima, sin dejar de iluminar con su linterna. El animal se debatía furioso, coceando contra los laterales, sin conseguir escapar del vagón, empujado a sus espaldas por otro caballo, tan encabritado como él, y por algunos hombres, pálidos y barbados, algunos “tabicados” con sucios trapos, otros con aspecto de tehuelches, y mujeres recién “chupadas” por algún grupo de tareas, todos ellos surgidos casi de las imágenes en sepia de un sórdido campo de concentración criollo. Entonces, aún sin comprender lo que ocurría delante de sí, Laurita observó que el caballo se retiraba, y que los bordes de aquel hueco del ventanal comenzaban a derramar un líquido oscuro pero brillante.

Sangre.

Antes de que ella respirase lo suficiente como para gritar, la siguiente aparición la dejó sin aliento.

Forcejeaba con uno de aquellos hombres, intentando que volviera a meterse dentro del vagón. Pero su silueta, aunque de brillante uniforme -extraña mezcla de vestimenta de gala de fines del siglo XIX y ropa de fajina de fines del siglo XX-, era inconfundible. Y al reparar en Laurita, luego de dominar al pobre infeliz contra el suelo del polvoriento vagón, la miró de frente, con expresión de reproche y absoluta firmeza en la voz al gritarle:

—“¡¿Qué estás haciendo vos acá???!!!”

Y Laurita, antes de huir aterrada hacia la casa, estremecida por la inexplicable presencia a bordo de aquel funesto tren fantasma de Augusto, su papá, quizá comprimiendo contra el suelo del vagón no a un miserable extraño sino a Susana, su mamá, dominándola con una violencia desconocida y motivos inconcebibles, sólo pudo chillar…

Treinta años después, un alarido similar brota de sus labios -dando comienzo a un cíclico insomnio que se prolongará durante semanas- al sentarse de golpe sobre su cama, respirando agitada, cubierta de sudor, rodeada de silencio y penumbras, mientras los fantasmas que acudieron aquella noche bajo la enramada, como mudos testigos de… ¿un país que ya no existe? …, aún desfilan erráticos delante de sus ojos, inmensamente abiertos, aunque cargados de pesadilla…

 

 

*De Alberto Di Matteo. licaldima@gmail.com

 

-Alberto Di Matteo. Escritor por vocación, y psicólogo de profesión.

Escribe desde principios de su escuela secundaria. Su papá le contaba cuentos (inventados por él) antes de dormir, y de allí Alberto intuye que le surgieron las ganas de contar. Ha participado en diversos certámenes literarios.

-Ha publicado en Inventiva Social cuentos para la serie InvenTren desde los recorridos literarios iniciados en el año 2002.

Hace suyas las palabras de John Cheever, "escribo para entenderme y entender el mundo".

 

 

 

 

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