EN UN RÍO DE INHÓSPITAS PREGUNTAS

 


*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).

-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam

http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1367%3Awalkala&catid=94%3Apintura&Itemid=160

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Teatrillo*

 

Hay titiriteros que crean una marioneta

que actúa sin dudas como su alter ego,

pero ellos pretenden que no actúa,

que no sigue un libreto escrito,

que no es una marioneta,

que no se le ven los hilos,

que el beneplácito es absoluto,

que la incredulidad está suspendida,

que tienen derecho a ser aplaudidos

en cualquier circunstancia

y sin plantear disidencias,

aunque las hilachas sean obscenas.

Como si los que miran y juzgan

también fueran marionetas

movidas por ellos.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

-Horacio nació en Llavallol, en 1954. Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz Mindurry. Obtuvo más de cien premios nacionales e internacionales en cuento, poesía y novela, con publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es autor de los libros de cuentos Palabras de piedra (Baobab, 1999), Media baja (Dunken, 2012) y La insistencia de la desdicha (Ruinas Circulares, 2018), y de los poemarios El cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”, Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error. -En el 2024 publicó su libro de cuentos La oscuridad de los hechos. -Editorial Esa luna tiene agua.

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

La cajita de música*

 

Tirada entre cosas sin uso, en una bolsa arrojada por azar

en un tacho de basura de la plaza

encuentro una vieja cajita musical.

La tomo, le doy cuerda con la pequeña llave

que cuelga de ella

debo haberme excedido o tal vez haya roto algo.

Sale la bailarina de su interior

pero su cuerpo no es porcelana sino humano

pequeña como las hadas de los cuentos

me agradece haberle puesto fin al sufrimiento

y encierro de tantos años.

 

*De Andrés Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar

-De "Medianoche en la plaza de los sueños" Editorial Leviatán 2021

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

Nadar

río arriba,

remontar la corriente,

con el cuerpo

magnífico y sereno,

temblando

en el esfuerzo

contra la helada

tensión del agua.

Río arriba,

por la mera pulsión

del instinto,

con los ojos ciegos

deslumbrados de vida.

 

Un instante.

Y bajo el mismo sol

crece un dolor

desde el músculo

al río,

que desborda

que inunda.

Y el miedo se abraza

al cuerpo náufrago

y ya no se suelta.

Perdido

en la inmensidad del agua,

en el ruido del oleaje

que no cesa,

que no ha cesar ya nunca,

se comprende

que vivir

es aferrarse a una certeza

en un río

de inhóspitas preguntas.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

-Mariana nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive en City Bell.

Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016)

Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)

El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)

Madura (Sudestada, 2021)

Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)

Patio (elandamio ediciones, 2024)

Poesía reunida (Medusa editores, 2024)

Trinchera (Sudestada, 2025)

Desviadero, (Editorial Mascarón de proa, 2025)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MI PADRE SILBANDO EN LA NOCHE*

 

Ahí va mi padre silbando en la madrugada. Es primavera. No alcanza con el canto cíclico de los zorzales. Mi padre se acompaña silbando. Es una melodía que alguna vez le escuche cantar en italiano, habla del amor perdido por una napolitana. Cada vez que lo escuchaba silbar aquella melodía era como si hablara en él toda la tristeza que tenía adentro.

Mi padre un hombre de silencio. De pocas palabras, las justas y necesarias.

Ahora que volvió la primavera los zorzales cantan un insomnio de amor. Mi padre vuelve a caminar a la madrugada hasta la avenida bajo las estrellas o la tempestad para ir trabajar a la fábrica. Está sólo. Se acompaña silbando amor a una napolitana.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CEBOLLAS*

 

Somos como la cebolla. Apenas se abren, comienza el llanto. Superfluo, cierto, porque basta un chorro de agua fría para que todo se supere. Y después, sólo después, es posible separar hoja por hoja, sin presiones ni sugestiones, hasta llegar al fondo mismo del misterio, sin perder la visibilidad entre la niebla de las lágrimas.

Pero siempre se necesita un buen chorro de agua fría antes de comenzar. Es bueno no olvidarlo.

 

*De Esther Andradi. esther@andradi.de

-De Come, éste es mi cuerpo. Último Reino, Buenos Aires 1991, 1997

http://www.andradi.de/es/startseite/

-Su libro reciente es "LA LENGUA DE VIAJE. Ensayos fronterizos y otros textos en tránsito" Editorial Buena Vista, 2023.

 

 

 

 

 



 

 

 

 

Sostiene a mí barca ósea una mar de sueños*

 

Ahondo la mirada tras las señales.

No me quedo en ellas.

 

voy hacia lo que las produce.

Hacia lo oculto.

 

Mis sensaciones se asombran cautelosas.

Es una mar de sueños.

 

Cauteloso, voy navegando con mi barca ósea.

Voy cruzando el día.

 

Navego sueños posibles, sueños no soñados.

Sueños de olvidos y de regresos.

 

Es la mar de los sueños del mundo.

Es la mar donde navego

Donde el día permanece

Donde lo cruzo.

 

Sostiene a mi barca ósea una mar de sueños.

 

*De Oscar A. Agú.

Santo Tomé (Santa Fe)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ACTUAR Y EXPLICAR-SE*

 

 

Trato de arreglar las cosas, pero nunca se arreglan, cambian, empeoran o se diluyen.

Encuentro que las acciones no tienen justificación. No una justificación válida al menos. Hacemos las cosas siempre por el motivo incorrecto. Porque el verdadero motivo de nuestras acciones está más allá de donde podemos ver en el momento, o sea ahora, que es cuando la cosa sucede. La acción sucede ahora, que es pasado. Cuando escribo “ahora” el momento ya pasó. No podemos luchar contra eso, y comprender el entramado de causas es algo inconducente, pues ya fue y nada tiene arreglo. Emparches. Que se notan.

Vivimos zurciendo roturas. Cinta aisladora en el cable. Actuamos sobre lo que sucedió, tratamos de que no vuelva a pasar o de que se repita, luchando contra la forma de ser del universo.

Las cartas en los buzones son irrecuperables. Y entonces escribimos otra carta, también imposible de borrar, y redactamos otra y otra. Al final nos damos por vencidos pero por cansancio. Sigue la sensación de que algo faltó por decir, que una palabra no fue dicha. Lo cual es la peor de las ilusiones. Nada puede decirse para suprimir lo que se entendió o no se entendió en el primer momento.

Como si hubiese un primer momento. No lo hay. Cada vez es posible retroceder más atrás.

El nacimiento es ya una sucesión de acciones de otras gentes. Nada comienza en ningún punto primordial. Nuestra historia es la de nuestros padres, la de ellos la de los suyos, y una nación un territorio, el universo en definitiva. Atrás y atrás, y esos espejos que se reflejan en espejos. Y uno allí desnudo y desvalido, intentando creer que hacer algo es de veras hacer algo y no simplemente girar en una difusa realidad que se engulle a si misma. Encima, con culpas. Y a quién le importa, y qué importa si a alguien le importa.

Lo más saludable es creer, tener fe. Es decir no pensar mucho. Considerarse importante, solvente. Creer que si uno dice algo erróneo se pararán las rotativas de los periódicos. Sacarse muchas fotos para poder recordarse ahora, o sea ayer, o sea el año pasado. Es decir, para tener una imagen del que ya no somos.

Y nada ni nadie tiene peso y sombra. Somos fantasmas que deambulan un rato y usurpan un apellido y desaparecen. Qué otra cosa. Pero no sirve. Hay que creer y actuar y dar y darse explicaciones. De otra forma esto no marcha. Socializar. Sentirse parte.

Entonces uno vuelve a decir que dijo por esto y por lo otro, pero que en realidad… En realidad qué carajo es la realidad ¿no? Cuál realidad. Armar un relato como si las palabras fueran productos naturales, como si mi palabra correspondiese a la tuya, qué lindo sueño.

Y actuar. Moverse. Agitarse un poco para tener la ilusión de que uno se mueve. Ah sí, y refugiarse en la protección de la palabra “uno” “uno siente” “uno hace” ¿quién es ese uno que involucra a los demás, que los hace cómplices o partícipes? Uno es uno, o sea “yo”. Pero es más cómodo poner “uno” en el relato para satisfacer la necesidad de ser parte de algo. Y dar consejos, y fingir que la vejez es experiencia, y que uno, o sea yo, sabemos algo fuera de sabernos frágiles y contingentes.

Habrá que peinarse, comer, contestar el teléfono, proferir sonidos para responder a los sonidos que profieran otros. Con cara de estar en eso, cara de atentos. Y seguir con el corcho tapando la botella empezada. Capaz hasta me convenzo de que la realidad es esto, no sería difícil, después de todo tenemos entrenamiento.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El tío en su nube*

 

Una nube de polvillo expandiéndose por el aire de la habitación. Esa era la imagen más antigua que el hombre retenía de su tío Nicolás.

El tío había salido de darse una ducha. Había colocado una toalla sobre la cama y se había sentado a llenar de talco sus genitales. Sacudía aquel envase cilíndrico con una energía demencial dejando al aire una nube de polvo que no deja de expandirse en el recuerdo.

La pensión donde se hospedaba se llamaba «La Esperanza». El tío estrenaba a los 40 años una nueva soltería. Era un hombre joven. faltaba mucho tiempo para que en su humilde casa con la compañía de un canario amarillo que se prodigaba en trinos, repitiera una y otra vez como una forzada gracia que niega la tristeza:

 “tengo dos pajaritos. Uno canta y el otro está triste”

Aquella noche iba al club Sportivo Alsina, donde actuaban Sandro y Los de Fuego. No le interesaba quien estuviera en el escenario, iba porque las mujeres de Lanús “son mucho más que un fuego”. Y luego esa imagen que se negara al olvido: el tío que no paró de reír con ese estruendo tan suyo para festejarse sin esperar una risa ajena, sino más bien contagiándola.

Años después su tío repetirá una y otra vez la historia de cómo llegó a esa pensión sólo con lo puesto: Al volver del trabajo en “el negro humo” de la fábrica de neumáticos encontró a su primera mujer en la cama con un tipo “entrando y saliendo… entrando y saliendo”. No lo vieron, volvió sigiloso sobre sus pasos llevándose el juego de llaves que ella había dejado sobre el bargueño. Entonces dio dos vueltas de llave a la puerta de calle para que se queden allí encerrados para siempre o tengan que saltar el tapial del fondo para salir de manera indecorosa por la casa del vecino.

El tío tenía esa especie de desapego, no le importo nada de lo que había en su casa, si su mujer no sería más su mujer no quiso llevarse ni un par de medias.

A lo largo de los años esa imagen iba a permanecer como un interrogante a descifrar. Un tío despreocupado y alegre, llenando de talco sus testículos para salir a buscar una nueva mujer a pocos días de haber perdido hasta sus ropas.

Como lo demostró obstinadamente una y otra vez en su larga vida, no quería estar solo. Su tío necesitaba la ilusión de una mujer para vivir.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/

 

 

 

 


 

 

 

 

1*

 

Ese viento que te tocó la cara

¿Cae?

¿Cae y vuelve a subir?

¿Con qué piedras golpea,

con qué historia?

Ese viento que ahora mismo

mueve una flor frente a tus ojos,

ese viento, digo,

qué se lleva

y qué te deja puesto

que no sepas.

 

*De Valeria Pariso.  valeriapariso@outlook.com

-Poema 1 de “Triza”.

 

- Valeria publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial Detodoslosmares, "La trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Primer Premio del Concurso de Letras, categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores para no regar", Editorial AqL (2021). “Final francés”, AqL ediciones, 2023

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vasijas griegas*

  

El encanto de la vasija es que el vacío tiene un límite,

a la absurda posibilidad de llenarlo de algo nuestro,

una gentileza de lo imposible a la propia voluntad.

Aunque visto de afuera es curiosidad y prudencia,

el miedo a lo desconocido, a un contenido ajeno.

A una muerte agazapada, a negar la mano sin ver,

a romper sin culpa un recinto consagrado por otro.

La breve ilusión de negar que el vacío es ilimitado,

que está en siempre en expansión como el universo.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

La sabiduría,

dicen,

es aprender el arte del desarraigo

para no amarnos

reflejados en los otros,

minuciosamente detenidos

como piedras nacidas en las cosas.

Lo más nimio,

entonces, puede crear una eternidad de mí:

un paralelo donde mi cuerpo quepa

en el ajustado ángulo del tiempo,

presumiblemente feliz

o desolado.

Pero,

¿qué queda de mí en los objetos?

¿qué respiré

en la helada piel de los metales

para fundarme tibia algún recuerdo?

¿qué quedará de mí,

cuando envejezca el papel

con el que envuelvo estas palabras?

Ay,

soltar es como nacer,

se está desnudo y siempre

se tiene mucho frío.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hasta Luego*

 

La abuela se moría. Había entrado al sanatorio y sabíamos que de allí su única salida sería hacia la sala de velatorios. Estábamos tristes pero era muy anciana, el cuerpito abultaba ya lo que una niña pequeña debajo de las sábanas, la vida se le había dado con generosidad y la partida era dolorosa pero no trágica. Cosas que deben suceder, aceptábamos su pronto fallecimiento con esa facilidad que da la vejez, cuando esa vejez que justifica la resignación es de otro.

De las sábanas blancas asomaba la cara arrugada, unas manos pura vena azul y huesos frágiles. Cuando la ayudaba a incorporarse en el lecho, era tan leve. Molestaba el olor a comida hervida y el cloro de los pasillos, pero no parecía mal lugar para dejarse resbalar en la muerte. Estábamos todos, turnándonos para acompañarla, secretamente aliviados cada vez que finalizaban las horas estipuladas y no nos había tocado el momento aciago. Yo, cada vez que sorteaba la puerta, sentía que había tenido la gracia de no ser quien recibiera el dudoso don de anotar la última imagen de vida y la primera de muerte.

Sabíamos que a lo sumo serían dos o tres días. No había retorno, y ella también lo sabía pero lo callaba para no apenarnos. Le comentábamos el cumpleaños del Juanchi, matizábamos la espera de lo inevitable narrando nimiedades y evitando alusiones al futuro.

Parece que si uno está enfermo de cáncer es algo superfluo enfermarse de otra cosa, resfrío por ejemplo. Nos han enseñado en la literatura que si una mujer sufre por su amado no puede justo en ese momento apretarse el dedo con la puerta. No es elegante, enturbia el relato.

Sin embargo la vida esquiva las sutilezas narrativas, y estábamos de duelo prefigurado por la abuela cuando ocurrió la muerte súbita de mi padre.  Víctima de un ataque cardíaco, mi papá, único hijo, debió ser velado antes que su madre. Eso no debía ser, no casa en la línea histórica que la madre sobreviva a su hijo, y que las muertes contiguas no guarden la lógica acostumbrada.

La familia se dividió entre el sanatorio y el cementerio, la abuela seguía con su tranquila agonía en la sala siete, maquillamos las lágrimas para que no tuviese que llorar al hijo. No le dijimos nada.

Con ingenuas poses actorales continuamos la farsa de lo cotidiano, esperando el final para poder entregarnos a los duelos. No fue fácil.

La ancianita se consumía, se apagaba modestamente. Le habíamos evitado sufrimiento, y eso nos tranquilizaba.

La mañana del último día mi madre entró a la habitación. Llevaba un camisón recién planchado, una botella de gaseosa, pilas para la radio que acompañaba el tiempo sobre la mesa de luz, una sonrisa impostada cubriendo su recién estrenada y todavía no asumida viudez. Esa noche había llovido, lo recuerdo, y sus zapatos hacían un ruido que sobre las baldosas imitaba el de las zapatillas de básquet en el piso de madera de una cancha.  Yo había velado el sueño de la abuela en una silla incómoda, había dormido mal, estaba un poco somnolienta y levanté la cabeza precisamente por el sonido deportivo de mamá. Me acuerdo. La abuela también abrió los ojos y habló con su vocecita temblorosa.

"¿Por qué no me dijiste que se murió el Cacho?" -preguntó.

Mamá se suspendió allí en el vano y me miró como retándome con los ojos; yo hice el gesto de que no, que yo no le había dicho nada.

"¿Por qué no me dijiste que se murió el Cacho?" -había preguntado.

Como no hubo respuesta agregó "esta noche vino el Cachito y me dijo viejita, la espero arriba".

Qué lástima haber estado dormida, me hubiese gustado despedirme de papá.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

*

 

“Nos creemos demasiado las cosas, nuestras grandes verdades, nuestras guerras, nuestras personalidades e importancia. Me gusta que venga el humor a tergiversar todo, a poner las cosas con el culo para arriba, a hacernos entender de una vez por todas, que el mundo es absurdo.”

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

 

 

María Lucila*

 

"Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste"

Alejandra Pizarnik. -Caminos del espejo-

 

El hombre con el que me encuentro en el bar se llama Gino, sabe de mi interés por escribir. Dice que va a contarme algo de su historia personal que sin dudas tiene relación con una antigua estación de trenes. Le aviso que no logro escribir razonablemente bien y que más aún, tengo la sensación de que mi escritura empeora con el tiempo.

-No importa, vengo a contarle esto porque necesito que alguien lo escriba. -me dice con tono de súplica.

- “duele tanto el pasado que necesito contarlo a quien tenga un rato para escuchar”.

Lo que sigue es reconstrucción del relato del hombre, dos horas y media sentados, con tres cafés cortados de por medio que quiso invitarme sí o sí. -Me ofende si no me permite pagar a mí- dijo para terminar con mi resistencia.

En la estación María Lucila trabajaba su abuelo. Su madre nació allí. La llamaron María Lucila para homenajear a la estación que además de darle trabajo a su abuelo era su vivienda.

Pasó en el pequeño pueblo sus primeros años, luego de la nacionalización, al abuelo lo trasladaron un par de veces de estación hasta que se jubiló.

Lo cierto es que su madre pasó su adolescencia y juventud radicada en Avellaneda.

Se hizo amiga de la Alejandra Pizarnik, cuando era una chiquilina tímida y tartamuda. Al menos una vez se fueron en tren a conocer el pueblo que lleva el nombre de mi madre.

El hombre me muestra una foto con dos jóvenes que posan para la cámara haciendo equilibrio sobre el riel, más allá se observa una estación típica del Midland, pero es posible ver el lugar donde se colocaba el cartel con el nombre. Atrás de la foto puede leerse "con florita Pizarnik, María Lucila, enero del '53”.

Mamá era una mujer hermosa -dice el hombre. Igualita a las chicas que dibujaba Divito.

Por alguna cuestión que desconozco lo único perenne en ella, lo que había echado raíces profundas era la angustia. Su verdad era una cuna de angustias de la que nadie había logrado sacarla.

 

(….)

 

Se equivocaron ella y mi padre en casarse. Mi padre era psiquiatra y mi madre su paciente, se enamoraron o se tuvieron lástima -vaya uno a saber-, o quisieron dar vuelta la historia de cada cual que los había llevado en ese punto de encuentro o desencuentro.

Usted sabe que todo, absolutamente todo en el universo se acerca o se aleja, pero nosotros nos ingeniamos para negar esas percepciones incomodas.

Creo que mi padre pensó que la iba a cambiar, no hay héroe más fallido que el que quiere cambiar una persona.

Llego a decírmelo una vez: -lo que no se da espontáneamente bien entre una mujer y un hombre no se lograra jamás. Nadie puede cambiar al otro -ni a sí mismo, según parece.

La angustia de mi madre le impedía conectarse plenamente con los otros, estar presente y atravesar los acontecimientos que te van marcando en la vida.

Se fue cuando mi hermano tenía 5 y yo 3 años. Dejo una carta.

Mi padre después de leerla ni intento buscarla, entro en un profundo silencio que le duro meses.

Un día nos presentó a su nueva mujer: Ella es Natalia, vivirá con nosotros -nos dijo.

Natalia nos crío y malcrío lo mejor que pudo.

Mi hermano creció, estudio ingeniería electrónica y se fue a vivir a Estados Unidos. Vive en Nueva Orleans, tiene mujer e hijos americanos. Un auto y vacaciones.

Mi padre cumplía 70 años cuando falleció, era 8 años mayor que mi madre. Yo no había cumplido los 21.

 Antes de enfermar, me invito a charlar en un bar. Sin que se lo pidiera me dejo su consejo: -A los 20 años un joven debe elegir si en su vida será un hombre o un marido.  Te recomiendo que seas un hombre...

Creo que le he fallado, no logre ni ser un marido eficiente ni un hombre en el sentido que creo que le daba a esa palabra mi padre con un tono cercano a lo sagrado.

*

De mi madre, quedaron casi todas las preguntas sin respuesta.

Nunca sabré si volvió a ver a su amiga Alejandra "la florita" como la llamaban los abuelos.

Hay un abismo de treinta años de silencio.

La tía Eugenia -hermana menor de mi madre- logró encontrarla unos meses antes de su muerte.

Tuvo una corazonada y la siguió. Volvió a María Lucila 20 años después de que cerraron el ramal los militares y se llevaron las vías. Y allí estaba mamá viviendo en la estación. Sin luz eléctrica, sin vecinos cercanos. Salvo una escuela pública ubicada enfrente de la estación no había vecinos.

Allí vivía mi madre. Envejecida prematuramente. Sacando agua con una bomba manual, cultivando vegetales en unos pocos metros de quinta. Rodeada de pájaros - muchos en jaulas- y otros que venían a visitarla a los que agasajaba regando la tierra con alpiste, o mijo o arroz según lo que tuviera.

No sabía nada del mundo, ni siquiera quien era el presidente de turno, no tenía radio ni televisión.

¿Sabe cuál era una de sus costumbres? Sentarse con una silla a la hora de salida de la escuela y ver el rostro de los niños. Estudiarlos con detenimiento y luego verlos alejarse por el camino de tierra hasta que eran manchas blancas.

 

(….)

 

Sabía del suicidio de Alejandra, le dolía como si hubiera pasado apenas unos días atrás:

"Pobre Florita, repetía. Tan lúcida y tan frágil. Pobres todas las personas sensibles del mundo porque no tienen cabida". Eso es lo que me dijo mucho después la tía, a la que hizo jurar que no le diría a nadie donde estaba y como vivía.

 

*

 

Esto es lo que la tía Eugenia rescato: unas fotos, unos libros de Pizarnik con anotaciones de mi madre. Una historia clínica que pudo leer en el Hospital Municipal Galvagni.

Muy poco para un enigma de más de 30 años.

El hombre vuelve a abrir el libro que heredó de su madre y lee otra frase de Pizarnik marcada con birome azul:

 

"Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia"

 

Así me siento, así me sentí siempre, -escribe al costado mamá- y espero que quienes esperaban algo distinto de mí puedan perdonar esta soledad en la que he hundido mis días.

Gino derramó lágrimas. Arrugó con rabia una servilleta de papel después de secarse para evitar que sus lágrimas de sal caigan sobre el pocillo de café.

Nos despedimos con un abrazo.

Mientras caminaba me preguntaba por qué no hay historias de gente feliz en mis relatos.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/

 

 

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