EDICIÓN OCTUBRE 2025.

 


*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).

-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam

http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1367%3Awalkala&catid=94%3Apintura&Itemid=160

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DESDE LA TORRE OSCURA*

 

No siempre sembraremos mientras otros recogen

El dorado aumento del fruto a punto;

No siempre el semblante abyecto y mudo

Para que los hombres menores sujeten

a sus hermanos despreciables;

No eternamente mientras otros descansan

Nosotros encantaremos con flautas dulces

sus limbos;

No siempre nos inclinaremos ante lo sutil y

brutal;

No fuimos hechos para llorar eternamente.

 

 

*Countee Cullen

(1903-1946)

 

*Del libro “Harlem: los blues de la historia”, de Eduardo Dalter; Ediciones del Nuevo Cántaro, Buenos Aires, 2010.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imaginación y colapso*

 

 

*Por Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com

 

La idea del fin de la civilización ha estimulado la imaginación de la humanidad desde tiempos antiguos. En particular, las ficciones han jugado un papel importante para crear escenarios futuros en los cuales el mundo construido por los humanos colapsa. La religión y los mitos están impregnados de una poderosa idea de la finitud, aunque, curiosamente, el Dios cristiano y de otros credos monoteístas no tenga principio ni fin. Lo anterior era una característica que sorprendía a los filósofos coetáneos de los primeros pensadores cristianos, pues, para ellos, el infinito estaba relacionado con el caos y lo imperfecto. Cuando la fe cristiana moldeó la llamada cultura occidental se propagó el dogma de la resurrección de los muertos y la segunda venida de Cristo para juzgar a todos los que habían existido en una suerte de episodio final del hombre en la Tierra.

La aparente pérdida de influencia del pensamiento religioso después de la Ilustración provocó que las ideas finiseculares y, sobre todo, escatológicas, tuvieran menos importancia. Siglos después, la sociedad industrial empoderó al individuo que combatió las antiguas creencias a partir de la técnica y el dominio de la naturaleza. La idea de progreso, por ejemplo, creó la fantasía en la que el colapso de la civilización era algo que se podía gestionar o evitar por medio del conocimiento y la ciencia. El hombre regresó, de esta manera, al pensamiento religioso disfrazado de fe irrestricta en la tecnología.

Llegado el siglo XX, géneros literarios como la ciencia ficción promovieron la posibilidad de que el hombre podía escapar de su destino, es decir, del final de su existencia en el planeta Tierra gracias a la colonización del universo. Sin embargo, la utopía de una emancipación humana pronto ha sido absorbida por la ideología de extrema derecha —entre otros nombres que se le puedan adjudicar —de los corporativosde Silicon Valley que proyectan colonias privadas en el espacio, o en planetas como Marte, para la élite que pueda pagarlas. Al mismo tiempo, las ficciones futuristas también crean utopías para derrotar a la mortalidad humana. Dicho de otro modo: el fin del cuerpo y su funcionamiento. Los mismos oligarcas que sueñan con reinos privados en el espacio difunden el evangelio de la inmortalidad o, al menos, la intención de expandir la vida más allá de los cien años.

Hay una vertiente aún más radical: la “singularidad tecnológica” que especula con máquinas que rebasen la inteligencia humana y que cambien nuestra evolución, integrándose a nuestros cerebros o ADN. La serie Years and Years —coproducida por la BBC y HBO— imagina el futuro cercano de Inglaterra en un lapso que abarca desde 2019— año en que se transmitió la serie— hasta 2034. En la ficción, una adolescente fantasea con la idea de ir a una empresa de última tecnología para someterse a una eutanasia. Una vez realizado el procedimiento, “descargarán” su cerebro en la nube y, ahí, vivirá una vida inmortal y sin límites. Aunado a este deseo, por supuesto, está una existencia sin sentido, abrumada por una sociedad inmersa en un colapso continuo.

Las ficciones del fin de los tiempos, al menos aquellas que forman parte del statu quo y que vemos continuamente en películas, novelas, videojuegos y propaganda comercial, nos dirigen peligrosamente a un escenario sin escapatoria: el final del mundo civilizado y la llegada de un amplio catálogo de distopías. Hay mucho de dónde escoger: los infectados por los hongos de la serie The Last of Us, basada en el videojuego del mismo nombre, o historias como la que muestra la producción surcoreana El juego del calamar, en la que un grupo de personajes víctimas del capitalismo extremo de nuestros tiempos compiten por voluntad propia para llevarse un premio multimillonario. En la competencia son asesinados por otros participantes o por los guardias que vigilan los juegos. Esta versión del fin del mundo es cada vez más popular en una sociedad global individualista y acostumbrada a la idea de la ley del más fuerte. Una humanidad que se devora a sí mismo —que abandona casi cualquier rasgo de empatía o colaboración— se vende en muchas ficciones como una especulación futura que se integra a nuestra vida. No hay lugar para cuestionamientos más serios: debemos elegir la sobrevivencia o la muerte y no pensar en cómo llegamos ahí.

La nueva visita en el siglo XXI al fin del mundo está determinada, como lo han descrito muchos intelectuales, por la crisis de la imaginación. El crítico cultural Fredric Jameson acuñó una idea que se ha vuelto muy popular a lo largo de los años: “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. La frase indica la alarmante imposibilidad de romper con un paradigma que tiene, como centro, un sistema económico que nos conduce a un colapso social y ecológico. La crisis civilizatoria, entonces, se ofrece como una historia de terror que potencia las incontables violencias que vemos a diario en los medios de comunicación.

Para normalizar esta historia y evitar respuestas políticas, se popularizan distopías nucleares, ecológicas, políticas y hasta extraterrestres. En ellas, nos salvamos en el último segundo gracias a un valeroso grupo de humano —generalmente estadounidenses— que derrotan al monstruo. Ellos conjuran la amenaza espacial, dinamitan un asteroide asesino o sobreviven en algún lugar remoto para poder empezar de nuevo. También se normaliza la idea de que el mundo que habitamos no puede colapsar porque, sencillamente, es imposible. El antropólogo Alexei Yurchak acuñó el término “hipernormalización” para describir un estado en el cual las personas se abstraen de la realidad mientras colapsa o está a punto de colapsar el sistema social en el que han vivido toda su vida. Yurchak analiza el caso de la Unión Soviética tardía, cuando había innumerables señales que anunciaban el fin del comunismo y, sin embargo, los ciudadanos pensaban que vivían en un modelo social que perduraría por muchos siglos. Esta simulación, por supuesto, era mediada por un gobierno autoritario que se valía de la censura y la vigilancia para controlar a la población.

En el siglo XXI no ha desaparecido la vigilancia, pues ahora es implementada por países como Estados Unidos y China. El Gran Hermano orwelliano, en esta nueva versión, se mete en nuestras casas no como un artefacto impuesto por el gobierno sino por medio de los avances más recientes en celulares, pantallas, autos y cualquier tipo de electrodoméstico. Nos vigilamos a nosotros mismos por el bien del sistema.

La normalización del fin del mundo también es consentida por una clase alta hedonista que difunde su frivolidad como modelo aspiracional para los demás. Por otro lado, la imaginación literaria ahora se limita a representar una realidad agotada mientras que en tiempos pasados articulaba críticas al poder y cuestionaba a la sociedad desde el humor, lo estrafalario, lo grotesco y lo político. En muchos casos, los escritores se limitan a explorar su vida interior en un ejercicio de evasión. Los lectores se convierten en espectadores pasivos, mirones de las vidas de autores ahora convertidos en personajes por medio de la autoficción. Es lógico: el terror escatológico —cuando se tiene conciencia de ello— invita a mirar a otro lado para no enfrentar el colapso. Sin embargo, el colapso también se puede enfrentar con la utopía y la imaginación colectiva. Este proceso no tiene que ver, forzosamente, con una esperanza ingenua. Algunos autores han mostrado que se puede imaginar desde un proceso de disolución social en el cual se materializan nuestros miedos.

Las pequeñas utopías, calificadas por el pensamiento conservador como ingenuas, proyectan para nuestro futuro sociedades sometidas a una jerarquización radical, injusta y violenta. A pesar de ello, nos proponen actos de resistencia que ayudan a pensar en alternativas. En la famosa novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, se prohíbe leer y hay un cuerpo de “bomberos” especializado que incendia los libros que encuentra o que son denunciados. Un grupo de personas se rebela ante la pérdida de la lectura —la extinción de la imaginación— y memoriza durante toda su vida un libro entero para que no se pierda. En ese lapso de tiempo, lo transmiten de forma oral a alguien más joven para que la historia siga viva por generaciones. La mera posibilidad de imaginar una historia y contarla en medio del desastre nos puede alejar de la parálisis del fin del mundo.

 

*Fuente: https://casadeltiempo.uam.mx/index.php/38-ct-vi-23/723-ct-vi-23-imaginacion-y-colapso-alejandro-badillo?

 

-Alejandro Badillo

(Ciudad de México, 1977)

Es autor de varios libros de narrativa entre los que destaca El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela). Es colaborador habitual de La Jornada Semanal, Confabulario de El Universal, Revista Común y La Tempestad.

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

Ese árbol. *

 

 

Sí, ese árbol habló.

Habló con el murmullo de sus hojas,

-desvanecidas de amarillo-

mientras el otoño trepa en el aire.

Habló con todas las voces que lo habitan

invitando al sosiego de su ramaje extendido;

largos brazos buscando la luz, indicándola,

sugiriendo esa tenacidad que vislumbra un maestro.

Habló en el lenguaje maderamen,

que llena los fogones de quien fuere sin preguntar.

Habló desde la quilla de un bote pescador

desde el silencio creciente de sus raíces.

 

Habló desde el mirador fortinero de las pampas

desde los altares de los dioses diseminados en el hombre

desde todos los teatros del mundo

desde todas las mesas, cucharas, ruedas, cascos de roble

durmientes ferroviarios, barcazas, flechas cautivas, bancos de plaza y de

/los otros.

 

 

El árbol habló.

Fui semilla, dijo.

 

Fui semilla, dijo el árbol.

Fui semilla adormecida y germinal.

Fui semilla de bolsillo, de agujerito, de pico de pájaro

y del viento, de la nube y de la hormiga.

Fui semilla rodando por doquier

adormecida en el tiempo, lo necesario, para que

esa preñez de árbol creciera en mí.

No soy más que esto. Y no es poco serlo.

 

*De Oscar A. Agú.

Santo Tome. Santa Fe.

 

 

 

 




 

 

 

 

LLAMANDO A LAS MINORÍAS SILENCIOSAS*

 

 

Hey

 

Vengan

Salgan

 

Dondequiera que estén

Necesitamos tener un encuentro

en torno de este árbol

Que no ha sido

plantado

todavía.

 

*June Jordan

(1936-2002)

*Del libro “Harlem: los blues de la historia”, de Eduardo Dalter; Ediciones del Nuevo Cántaro, Buenos Aires, 2010.

 

 

 

 




 

 

 

 

APOCALYSE NOW*

 

Empezó como suelen empezar las cosas, con signos mínimos, insignificantes, casi invisibles. Una automotriz anunció que dejaba de fabricar su auto más vendido. Le siguieron otras.

Esto pasó muchas veces en la historia del capitalismo, es como una rutina naturalizada. Un producto que deja de generar dinero no se produce más.

El mundo, la inmensa fábrica y arsenal de mercancías tenía una industria clave: producir ese artefacto de cuatro ruedas que pudiera ser símbolo de status y quizás tener un valor de uso importante.

La nueva crisis, cuyo contagio no pudo ser aislado comenzó en un remoto país sudamericano.

Un periodista se detuvo al ver a una mujer de unos 70 años que golpeaba furiosa con un palo un auto que le dejaron estacionado en la calle obturando la salida de su garaje. La mujer había hecho la lógica: llamar a la policía para denunciar que el auto estaba allí. La policía le contesto que esa patente no tenía denuncias de robo. Era un auto sin pedido de captura, sin denuncias, un abandono sin explicación.

Luego de varias llamadas un gentil oficial Kurtz le explicó que "de la nada" los abandonos de autos se habían multiplicado.

Desde ahora mismo el mundo será “un caracol que se arrastra por el filo de una navaja de afeitar”.

Eran autos impulsados a combustible fósil. Aunque los vehículos con motores eléctricos tampoco podían ser utilizados por la cíclica falta de energía en extensas zonas.

La crisis económica de ese país había empezado con aumentos descontrolados de precios.

Las personas abandonaban sus autos al terminarse el combustible. No les importaba ninguna consecuencia como la pérdida de un valor. Algunos más conservadores dejaban sus autos en sus jardines. Allí con el paso del tiempo eran cubiertos por plantas. Las flores cubrían en primavera las manchas de óxido. Los cementerios de autos crecían. La crisis fue contagiando al modo de producción de un modo ilógico e inexplicable.

Un profeta había anunciado el retroceso a una época de carretas tiradas por bueyes.

 

*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com

 

 

 

 

 




 

 

 

 

 

Desde las profundidades de la noche*

 

Desde las profundidades de la noche

surgimos como un sueño sin banderas.

Resucitados y anhelantes

resolvimos prendernos en el viento

y atravesar las nubes tormentosas

que amenazaban, negras, nuestro sueño.

A un horizonte inmenso nuestros ojos volaron;

como locas gaviotas errantes planeábamos,

pero eran nuestros títeres los que se arracimaban

en la alegre cubierta de un barco que zarpaba.

Toda costa escondía una sorda presencia.

Siempre creímos que el mar nos salvaría

pero el mar resultó una pantomima,

una niebla poblada de fantasmas

que a nadie revelaron su secreto.

Y llegaremos, si llegamos algún día,

a ese horizonte que nos prometieron,

sólo para descubrir, horrorizados,

una tierra en tinieblas, una vasta penumbra,

un hostil territorio que a nadie da cobijo,

una noche terrible sin velas ni azucenas,

un pábilo extinguido sin ventanas ni estrellas.

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

-De Destierro

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LOS DESPUNTADORES DEL ALBA*

 

No venimos a librar una batalla

con espadas sobre esta colina,

No es el deseo desolar la vida

ante una obstinada voluntad.

Aunque bien moriríamos como algunos

murieron

Agitando un camino hacia el sol

renaciente.

 

*Arna Bontemps

(1902-1973)

*Del libro “Harlem: los blues de la historia”, de Eduardo Dalter; Ediciones del Nuevo Cántaro, Buenos Aires, 2010.

 

 

 

 




 

 

 

 

 

 

EL CAMINO INEVITABLE*

 

Puede ser que sea ésta una situación injusta, probablemente seamos todos humanos y debiésemos tener todos las mismas oportunidades, pero ya es tarde, definitiva e irremediablemente tarde.

Consideramos que el tiempo y la evolución condujeron a esta situación, que la cadena de acontecimientos era un destino, que con la modernidad se disparó una fatal aceleración histórica que cumplió etapas que vistas desde aquí se presentan como inevitables. Algunos piensan que todo estaba prefigurado desde mucho antes, que quizás e inclusive nuestra propia genética no permitía otra cosa que este desenlace. No lo sé, y las disquisiciones al respecto son totalmente inútiles.

A lo largo de las centurias se fue creando una notoria división entre privilegiados y plebe. Esta separación no era tan clara cuando existían diferentes países, distintas etnias. Muchos siglos hubo de convivencia donde ricos y pobres se mezclaban, fluctuaban, eran culturalmente distintos pero de alguna forma intercambiables.

Fue después de la irrupción de la descontrolada tecnología cuando empezamos a diferir de forma tan radical que físicamente no somos ya la misma raza. Existió mucho tiempo el error de considerar como razas de seres humanos a la gente agrupándolos según el color de piel; la amarilla, negra, la blanca. Claro está que el ser humano es una sola raza, o lo era.

Sólo los ricos pudieron manejar la genética de sus hijos, y acabamos siendo todos perfectos. Todos los ricos, que no solamente fuimos incrementando nuestra inteligencia sino nuestra excelencia física, y con estas invaluables ventajas la brecha entre nosotros y ellos se fue haciendo desmedida e infranqueable. Luego vino la conexión entre nosotros a través de un sistema intracorporal, con la constante posibilidad de recurrir a la red instalada en nuestros cerebros. Todos los saberes aquí, cada cuerpo bello y sano parte de un saber totalizado.

Hubo que organizar grandes purgas en los últimos años de la convivencia. Sé que fue muy discutido y que algunos de nosotros no estuvieron de acuerdo, pero finalmente se hizo. Las guerras impulsadas con el solo fin de reducir poblaciones, algunas enfermedades que se cebaron en las barriadas miserables, y finalmente la esterilización para dejar un número manejable y útil de sirvientes. No los llamamos así, eso sería despectivo. Les decimos ayudantes o trabajadores.

En este momento ya hemos recuperado el ecosistema del planeta casi a niveles prehumanos, y la población se reduce cada vez más pues no tenemos necesidad de grandes comunidades. La tecnologización de todas las actividades no requiere de demasiados trabajadores. No alentamos entonces tampoco la natalidad de los ayudantes.

Yo vivo en mi propio espacio desde hace cien años. Me mantengo en contacto con otros humanos a través de la red, pero contando con toda la música, toda la literatura y toda la ciencia en la propia cabeza, no utilizo demasiado la comunicación con otras personas, sino la interconexión de datos.

Me da miedo la muerte, todavía puedo vivir un buen número de años pero morir es inevitable. Creo que ese pensamiento se me ha ido instalando últimamente, y me ha producido el extraño deseo de encontrarme con otro ser humano. Reunirme con otra persona, realmente qué extraño deseo ya que puedo contactar a cualquiera instantáneamente. Pero algo me insta a moverme físicamente a través del espacio natural en una especie de aventura.

Mi perfección física será puesta a prueba nuevamente. Recuerdo que antes nadaba en mi piscina, trotaba por los extensos jardines, danzaba con la música que sonaba clara y gozosa en mi cerebro. Hace mucho, hace cuánto.

Ahora que lo pienso, las últimas décadas fui cayendo en una introspección y reduje todas mis actividades a lo virtual. Me dediqué bastante a la filosofía y la música, recostado en este lecho donde vivo alimentado por fluidos. Hace mucho que no como con mis dientes, saboreando con mi lengua y oliendo con mi nariz. He recreado sabores y olores virtualmente, gustando todo lo almacenado en la red. Hace cuánto que no toco con mis dedos reales un trozo de comida. Hace mucho, pero cuánto.

Me fui confinando a la virtualidad, transcurriendo mis jornadas dentro de mi propio cerebro, viajando por las conexiones etéreas de una red invisible de datos.

Abro los ojos. Veo el cuarto donde me encuentro y es igual al que veo con las cámaras de la red en mi mente. Me tranquilizo. No puedo levantarme.

He perdido toda a musculatura, me duele cualquier intento de movimiento. He sido descuidado. Me espera una larga recuperación.

Llamo por la red un ayudante. Destrabo las cerraduras. Tengo todos los conocimientos médicos necesarios para rehabilitarme, pero necesito un trabajador que realice algunas acciones por mí.

Lo veo entrar por el parque, es un hombre joven vestido de azul. Escucho sus pasos que se acercan por la casa hasta el cuarto donde me encuentro. Llega junto a mí, me mira y ya puedo seguirlo con mis propios ojos. Es tan extraño sentir cómo huele a animal, a humedad, a algo como grasa o aceite.

No puedo usar la garganta aún, mis labios se han pegado, así que uso los altavoces conectados a la red y le doy las primeras órdenes. Le digo que me desconecte de la máquina de alimentación y se prepare para llevarme a la habitación médica.

Olvido la estupidez de estos seres. El trabajador me mira sin comprender mis órdenes. Ha desconectado la máquina de alimentación pero allí se queda, mirándome yacente en mi lecho.

Le hablo desde el equipo sonoro con paciencia, utilizando palabras sencillas y con lentitud. Lo veo desde abajo, con mis ojos, pero a la vez lo veo de atrás parado frente a mí y la imagen de mí mismo acostado utilizando la camarita del techo.

Me comunico con el resto de las personas perfectas, de los reales humanos que estamos en nuestras casas distribuidos por el mundo. Todos yacen en sus lechos, todos han pasado los últimos años en la somnolienta vida de la red.

El trabajador, lo veo por la camarita del techo, sostiene un tubo de hierro con las manos en la espalda. Alcanzo a pensar que quizás estamos cumpliendo el destino humano y que es tarde, irremediablemente tarde.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 



 

 

 

 

 

TÚ ESCRIBES…*

  

Tú escribes para cambiar el mundo, sabiendo

perfectamente bien que probablemente no puedas

hacerlo, pero también sabiendo que la literatura

es indispensable para el mundo ... El mundo cambia

de acuerdo a la forma en que la gente lo ve, y

si tú modificas, aunque sea por un milímetro,

el rumbo, la gente lo vería como una realidad;

entonces tú puedes cambiarlo.

 

*James Baldwin

(1924-1987)

 

*Del libro “Harlem: los blues de la historia”, de Eduardo Dalter; Ediciones del Nuevo Cántaro, Buenos Aires, 2010.

 

 

 






 

 

CUADRATURA DE LA VÍA LÁCTEA*

  

Heme aquí, en pensamiento vivo.

En iteraciones de memoria.

No sé de qué arcano mundo vengo.

De qué galaxia.

De cual reencarnación.

Cuadratura de la Vía láctea.

Un hombre me ha cubierto.

Me ha legado los ropajes de Safo.

Me ha colocado el traje de George Sand

Y fui hembra de llovizna temprana.

Y he gritado en la fosa de los muertos.

Me han tapado la boca con renacuajos muertos.

Con palabras de abismo.

Con voces de ventrílocuos locos

Han mutilado mi carpelo, mi semilla.

Han rapado mi larga e inacabable noche.

Poseidón cabalga en un caballo de agua.

Otro hombre me llega desde lejos.

Me ha vestido con perfume de lluvia.

De algas secretas en escondidas rocas.

Me ha llamado rosa, piedra, cule

Me ha sido impuesta su vara de Esculapio.

Me ha friccionado el cuerpo con hierbas milagrosas.

Ha quitado una a una las escamas de cristal de roca.

Me ha besado las terrenales cuencas.

Ha cortado de un tajo mis intangibles miedos.

Me desvistió por dentro.

Me ha dado lo negado.

No sé, aun, de que galaxia vengo.

De cual reencarnación.

Pero heme aquí vestida con flores de algodón.

Del Arca de Noé queda un potro oscuro.

Y lo abrazo con mis lenguas de fuego.

Y soy acequia. Aljibe. Regadío.

Frenesí de la noria. Frenesí.

 

*De Amelia Arellano.

San Luis

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La palabra que sana*

 

Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa.

 

*Alejandra Pizarnik.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El hombre que viene del futuro. *

 

 

Mi amado

niño del sol y el polvo

La Madre Tierra

Tómate un momento

y escuchar al pájaro llorando

dentro de tu corazón

Escucha el viento baja

desde las montañas más altas

advirtiéndote de los días más oscuros

cuando el amor será desterrado.

 

Mi amado

hijo e hija de la música

de todos los idiomas hermosos

Escuchen a este viejo ciego

que viene del futuro

para advertirte

de odio y ceguera

porque ambas son las fuentes

de la miseria humana.

 

Mi amado

Escucha al pájaro llorando

Escucha el viento baja

desde las montañas más altas

Escucha, escucha, escucha

 

Mi amado!

 

*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es

Columbus. Ohio

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

La poesía muestra la desnudez, lo que revela el cuerpo desnudo: estoy aquí, soy esto. Toda desnudez produce una sensación crispante, un malestar. Pero la desnudez también incita a la unión por lo que muestra de la debilidad y la incompletud. Unión es nuestro orden. Se ordena ficcionalmente en la poesía, se une ficcionalmente en el amor. Dos formas de erotismo.

 

 

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

EL TREN HACIA LA NADA*

 

Just a small town girl

Living in a lonely world

She took the midnight train

Going anywhere…

 

Don´t stop believing

Journey

 

 

En las noches, cuando los párpados se resisten a continuar la lectura de turno, abordo el tren hacia la nada.

He circulado en este tren desde que tengo recuerdos. A pesar de que el viaje es en un solo sentido, puedo recordar con nitidez de óleo y pincel fino sus múltiples paradas. Puedo verlas, si abro determinadas ventanas temporales: ahí está mi infancia en el castillo de hojas, mi adolescencia solitaria, el descubrimiento del amor, la primera visión del rostro de mis hijos, las emociones recibidas o entregadas, alegría, silencios, lágrimas, aquellos que han ido bajándose en diferentes estaciones, unos tras un largo viaje, otros tras un breve recorrido, suficiente para dejar su impronta en el resto de los viajeros.

A veces cambio de cubículo. Hacer el viaje en compañía solo vale la pena cuando es agradable, cuando del intercambio salimos ganando los ocupantes. No es triste, me da la oportunidad de conocer nuevos pasajeros, registrarlos en mis recuerdos, quedar en su memoria. Guardo una grata nostalgia de vagones anteriores, pero intento vivir intensamente el aquí y ahora de cada asiento que ocupo, aprender lo máximo que me brinda el momento. Es la esencia del viaje.

Puedo considerarme afortunada, he vivido experiencias extraordinarias. He logrado atisbar realidades cuyas reminiscencias me acompañan al despertar y dan vida a mis creaciones literarias. He viajado a mundos paralelos, donde mis almas gemelas se debaten en similares incertidumbres. He vislumbrado la presencia de seres que a otros pasan inadvertidos, peregrinos, mensajeros o simplemente extraviados en la grieta que separa los universos alternativos.

Pero lo mejor del tren, lo que más adoro y me hace aguardar con alegre paciencia el instante de abordarlo cada noche, es que, no importa si largo o corto el camino – aunque siempre ha de valer la pena -, si solos o en compañía, sea cual sea el destino, conocemos cuál ha de ser la última parada.

 

 

*De Marié Rojas Tamayo.

La Habana. Cuba.

 

 

 

 

-Próxima estación:

 

ESTACIÓN GOYENECHE.   

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:

 

GOBERNADOR UDAONDO. 

 

LOMA VERDE.  

 

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

 

GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.  

 

ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

 

D. SÁEZ.   

 

J. R. MORENO.   

 

 EMPALME ETCHEVERRY.

 

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  

 

LISANDRO OLMOS.

 

 INGENIERO VILLANUEVA.

 

 ARANA.

 

GOBERNADOR GARCIA.

 

 

LA PLATA.

 

 

 

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